BAR-MAD y viceversa

No negaré que me encantan las batallas de barrio y fútbol. Como ésta que hoy trae El País: “La crisis estrecha las diferencias entre Madrid y Cataluña, aún la primera economía española”. Yo tenía entendido, por mantra de mantón, que la decadencia de Cataluña era total y absoluta. Irremediable. Sobre todo desde que decidió hablar catalán más allá de la íntima intimidad. A un paso del noqueo, creía que el industrioso de la industria pedía, con el tembleque de sus rodillas, el cable de la toalla sobre la lona antes del mazazo final. Pues parece ser que las cosas van peor pero todavía no vivimos el apocalipsis en vernáculo.

Aun así, ciertamente, las comparativas son odiosas y me encanta que Barcelona (nunca la entendí como sinécdoque de Cataluña) poco se parezca a Madrid ahora que el AVE las ha situado a tiro de piedra. Como uno es capaz de amar a las ciudades, diré que las dos me han saqueado el corazón por distintos motivos y en diversas circunstancias. Los que me conocen y aguantan, saben bien de mi elogio repetido a la tirada de la cerveza madrileña. Inigualable. Perfecta. También saben, sin embargo, que la ausencia intuida de la mar puede provocarme ataques de asfixia.

Así pues, en las dos ciudades me encuentro como en casa. O sea, bien pero con peros y gruñidos. Reconozco, no obstante, que me alegran estos puntos de ventaja en la economía aunque sólo sea para subsanar el empate técnico de la liga de fútbol. Hay que darle vidilla a la calle, y el ánimo alicaído no le sentaba bien al comerciante, que día sí y otro también tenía que escuchar su ruina radiada. Algo más desolador que el motín del Hesperia.

Mañana, aunque sólo sea por un día, podrá levantarse cofoi y encantado de haberse conocido; feliz de seguir siendo el no va más de la Europa civilizada y la locomotora imparable de España. Su ilusión, en cualquier caso, durará lo que tarda en beberse el café con leche. Justo antes de subir al transferido tren de cercanía