“Jehová, el dios
barbado y huraño, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal;
después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad”.
El derecho a la pereza,
Paul Lafargue
Poco podía
imaginarse Paul Lafargue, yerno de Marx, cuando escribió en las últimas décadas
del siglo XIX El derecho a la pereza
que al cabo de un siglo su vindicación socialista del ocio obrero produciría
uno de los grandes personajes de culto del cine contemporáneo y encarnación
gozosa de uno de los pecados capitales más consuetudinariamente dañinos pero
menos citados a la hora de hacer el recuento de los vicios fundamentales.
Hablamos, claro está, de Jeffrey Lebowski, El Nota (The Dude) para los
conocidos, inefable protagonista de El
gran Lebowski, febril monumento fílmico de los hermanos Coen. No puede
decirse que el cultivo de la vagancia por parte de “El Nota” sea consecuencia
de una conciencia férrea de clase. Más bien responde, paradójicamente, a una
voluntad de querer pasar por la vida sin pegar sello alguno. Lo deja claro desde
el inicio el narrador del film, un Sam Elliott que enfundado en el uniforme de
cowboy relata parsimonioso las andanzas de “El Nota” entre tragos de zarzaparrilla:
“seguramente era el hombre más vago de
Los Ángeles, lo cual le convierte en favorito para el título de hombre más vago del mundo”. La pereza en “El
Nota” nada tiene que ver con una desidia de carácter depresivo sino que se
presenta como una opción vital refrendada por unos dispersos principios
hippies.
Sin embargo, la
vida de “El Nota” está marcada por unas rutinas férreas que convierten el solaz
en un deber ineludible. En el apartado de alcohol y drogas, el protagonista
basa su dieta en la ingesta de rusos blancos (vodka con leche), la marihuana
para la relajación después de una dura jornada de dolce far niente y algún viaje lisérgico en ocasiones especiales.
Musicalmente, destaca su pasión por los Creendence y su aborrecimiento de los
Eagles. En cuanto a sus obligaciones más respetadas las competiciones de bolos
no tienen parangón. Todo un ritual religioso.
Conocemos poco
de la vida laboral del protagonista de El
gran Lebowski. Pero parece más bien escasa. En un principio, los hermanos
Coen habían pensado en darle al personaje unas rentas que justificaran la
vagancia perpetua. Al final optaron por presentarlo como un vividor sin
ingresos conocidos, que paga un cartón de leche en el supermercado extendiendo
un cheque de 0,69 dólares, lleva un coche destartalado y vive en un pequeño
apartamento cuyo alquiler dudosamente llegue a pagar, a juzgar por las tímidas
insistencias de un casero apocado y amante del ballet. En varios momentos del
film a “El Nota” se le pregunta por su fuente de ingresos y responde con
evasivas o explicaciones esquivas. Como única actividad remunerada alude a su
participación años ha en una gira del grupo Metallica que zanja con un “eran
una panda de gilipollas”. Podríamos decir que la vagancia absoluta de “El Nota”
lo convierte en un outsider enemistado con la sociedad burguesa. De hecho, no
son pocas las veces que es acusado de parásito, vago y desecho social por
aquellos que representan el orden social establecido.
En todo caso, la
grandeza de El gran Lebowski reside
en su capacidad para empujar a este personaje a la acción sin tregua. El pretexto, que funciona de desencadenante de
una trama deshilachada y que homenajea, mediante la parodia cariñosa, los
obscuros argumentos de las novelas clásicas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler,
es la meada de unos matones en su amada alfombra sin valor material ni
sentimental, pero que le daba un mínimo de empaque al salón de su destartalado
apartamento. A partir de ahí la sucesión de frenéticos episodios, coronados por
unos diálogos de imparable esgrima verborreica, conforman una narración
disgregada y mareante (no hay que olvidar que la cuenta un misterioso cowboy
bebedor de zarzaparrilla). Descendiente de la estirpe caracterológica del
Quijote, “El Nota” también tiene su escudero sanchopancesco en la figura de
Walter Sobchak, irascible excombatiente
de Vietnam y amante del estricto cumplimiento de las reglas y las leyes,
siempre y cuando estas se amolden a su conveniencia.
Fanáticos de
la pereza
Después de su estreno en 1998, El gran Lebowski se convirtió en un
fenómeno que sobrepasó los estrictos márgenes cinematográficos: de hecho se
considera la primera película de culto de la era de Internet, signifique eso lo
que signifique. “El Nota” se convirtió en un icono alabado por miles de
personas que vieron en su actitud vital menos un pecado que un ejemplo a
seguir. Como no podía ser de otra manera, fue en su país de gestación –Estados
Unidos- donde empezó a fraguarse el culto a “El Nota”. Así nació en Louisville, Kentucky, el
Lebowski Fest, un encuentro anual que reúne a los fans del tipo más vago de Los
Ángeles y que consiste en la proyección del film (durante la cual los
asistentes repiten de memoria las frases y diálogos más memorables) y una
competición de bolos nocturna. No hace falta decir que en el festival –al igual
que en otros encuentros reverenciales y mitómanos, como en los dedicados a
Elvis o Hemingway- abundan los imitadores disfrazados con el atuendo típico de
“El Nota” y otros personajes emblemáticos del film. Si uno tiene curiosidad
puede pasearse por la web del festival y disfrutar de una galería fotográfica
que entusiasmará a los más frikis.
Entre los invitados al evento no ha faltado
Jeff Bridges, actor al que se debe una considerable parte del mérito de
convertir a un vago redomado en uno de los tipos más simpáticos del cine de las
últimas décadas. Los amantes del film, sin embargo, saben bien que el mérito
último del éxito universal de “El Nota”, más que a los Coen o a Bridges, se
debe a su inspiración real: Jeff Dowd. Aunque los Coen también han mencionado
en alguna ocasión que un amigo suyo, Pete Exline, veterano de la Guerra de
Vietnam que vivía en un apartamento desvencijado y que hablaba con orgullo de
una alfombra que “combinaba con la habitación” sirvió de base a la creación del
personaje, sin lugar a dudas el trasunto directo hay que buscarlo en la figura
del productor Jeff Dowd. Los Coen lo habían conocido años atrás en los
circuitos independientes. Down era algo así como un cazador de tendencias
cinematográficas fuera de los márgenes del cine comercial. Como el personaje de
“El Nota”, gustaba de beber rusos blancos, fumar maría y había pertenecido a
los 7 de Seattle, un grupo universitario de corte antisistema. De hecho,
Bridges se pasó una temporada frecuentando diariamente a Down con el fin de
empaparse de su comportamiento, gestualidad, manera de moverse y hablar. La
mímesis fue tal que hasta la ropa que lleva el actor en la película salió del
armario de Down.
En la mezcla de desaliño y pasotismo con
tintes hippies, de cierto budismo pasado por la bolera de “El Nota”, algunos
exégetas han querido ver un nuevo elogio de la pereza por parte de los Coen y
una crítica mordaz al sistema capitalista. Sea como fuere, es cierto que el
personaje ha sido fuente de inspiración del dudeísmo (por el original “The Dude”),
una religión que se fundamenta en las enseñanzas de un personaje –máximo
aspirante al título de hombre más vago sobre la tierra- que decidió pasar por
la vida sin pegar palo al agua. Una religión a la que no le importa pecar de
pereza eterna. Como Jehová. Así que Dios perdone a “El Nota” y su indiscreto
desencanto perezoso.
(Artículo publicado en el nº 13 Especial Pecados de Jot Down)