Me encargaron un artículo para un
especial sobre series. Como podía elegir, opté por la más grande: The Wire. No hacía mucho había leído el
tocho Homicidio, así que me pareció
una buena idea enfocar el asunto partiendo del sustrato literario de la ficción
televisiva. Me puse con La esquina –el
otro tocho de David Simon que, junto al citado, conforman el díptico germinal
de la serie- y no me defraudó. Por pura envidia, cuando uno cierra libros tan
buenos piensa que estas cosas solo pueden escribirse en EEUU. Adelantos
sustanciosos. Editores con criterio. Una masa lectora considerable y demás
excusas. Paparruchas. Simon consiguió convencer a los mandamases policiales para
que le dejaran pasar un año entero en el departamento de Homicidios de
Baltimore. Allí plantó su tienda de campaña y aprendió cosas importantes, no
siendo la menor a beber, pues hasta entonces Simon era un desgraciado abstemio.
Su empeño, por otra parte, también contribuyó a acelerar la destrucción de su
primer matrimonio. Luego, con el ex detective y co-creador de The Wire se embarcó en la titánica
empresa de retratar vívidamente la marginalidad mugrienta de los barrios peores
de Baltimore. El trapicheo y la adicción. La realidad más pobre. Lo hizo con
espíritu airado pero sin maniqueísmos ni sentimentalismo lowcost. Describiendo
vidas al borde del desfiladero a través de una escritura honesta y veraz.
La lección de Simon no difiere
en nada de la imperecedera y sencilla enseñanza chejoviana: para escribir
periodismo de calidad y largo aliento solo se necesitan un par de buenos
zapatos y un cuaderno de notas.