La espectacular sociedad civil barcelonesa ayer se debatía entre el Camp Nou y El Palau Sant Jordi. Dos maneras iguales de cante colectivo que ni mucho menos consiguen helarme el corazón. Suerte del escepticismo sin trinchera -la transversalidad, que dicen los cursis sitadans-, a modo de croqueta feliz en el Giardinetto. Minutos antes, coincidiendo con el refrito de fritanga que negué en José Luis, A. estrella sobre la barra el dicterio letal con un exabrupto digno del extrarradio: "la miserable omertá". Este Millet. Como que nadie sabía. Este Millet, que, según los papeles de Godó, recibió en primera instancia la adhesión del Oriol Pujol mediante el mensaje clave desempolvado de los tiempos aquellos (de nuestros pañales) de Banca Catalana: Un atac a la nació. Tuvo que retractarse el niño, pues la flagrancia corrupta superaba cualquier arrimo a la sombra de la bandera. I així es fa país. Para mí, lo más alucinantemente significativo es que el tipo, este Millet, devolviera tres quilos y pretendiera (sin rubor alguno y amb tota la barra del món) que aquí no ha passat res i demà serà un altre dia. Pura omertá. Dice la fiscalía, sin embargo, que el montante ronda los diez quilos. Y llego a la última línea de la información rezongando improperios escatológicos entre dientes. Creu de Sant Jordi. Para flipar, nen.
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Un contratiempo de Leonard Cohen. Tots patint, pero parece ser que se ha recuperado. Escucho la crónica improvisada de maese Xavier sobre su concierto en Palma. Los grandes son corredores de maratón, y Cohen a cada día que le falta atina más en el afine. O sea que a la vejez viruela empieza a cantar aceptablemente y a tener un oído armónico para los arreglos orquestales. En cambio, ya escribía (implacable, lúcida y lacónica) la vida desde que era un niño. Mi traición, terca belleza de ojos azules.