"... el nuevo escritor se guardará bien de aprovecharse de la indolencia y el egotismo y de cargar un lenguaje sobrio y delicado con exhibicionismo, como hacen los mandarines. No habrá en su obra ningún falso titubeo ni profundidades imprecisas ni mistificación ni onanismo proustiano. Desconfiará de los payasos de salón, los filósofos fáciles, los hechiceros de la prosa. No alardeará de sus pequeños defectos, sus preferencias o sus pertenencias, su gato, su pipa, sus zapatillas, su mala memoria, su torpeza con los mecanismos, su distracción, su propensión a perder cosas o su ignorancia de los negocios y de todo cuanto haría pensar al lector que escribe por dinero. No habrá extravagancia, exceso de alusiones, arcaísmos, usos pedantes ni falsos coloquialismos o fingidos excesos de lirismo (...), no habrá ninguna relación falsa entre arte y experiencia, ninguno de esos trucos que permiten al sedentario hombre de letras escribir acerca de mujeres, las peleas, el baile y la bebida utilizando una serie preparada de sustitutos literarios llamados Venus, Marte, Baco y Terpsicore (...).
También es mucho lo que tomarán y rechazarán de los realistas, puritanos, escritores coloquiales y novelistas cinematográficos. El estilo cursivo, las maneras agradables, el impacto preciso y poético de la dicción de Forster, la lucidez de Maugham, último de los grandes escritores profesionales, la habilidad de Hemingway para escoger el momento oportuno, el suave borde cortante de Isherwood, la indignación de Lawrence, la honestidad de Orwell, todo ello será necesario, así como el toque de esos pocos periodistas que dan a cada palabra de su vocabulario limitado su valor tópico corriente".
Enemigos de la promesa, Cyril Connolly (Trad. Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla)