Cine en casa

Lo hablaba ayer con M. y casi estoy dispuesto a cumplirlo en poco tiempo. Cuando empiecen a proyectar partidos de fútbol y corridas de toros, me quito definitivamente del cine. De las salas de cine, se entiende. Queda muy atrás, a varias generaciones de distancia, la educación sentimental de "Can pistoles", las pajilleras del Roxy, el terciopelo roñoso y demás. Los cines especializados en géneros. Las de risa, de guerra, de besos, de miedo o de llorar. Es cierto que aún me tocaron los últimos coletazos de las sesiones dobles, los linternas con uniforme y el miedo en los hediondos urinarios. Pero, en fin: yo nací, respetadme, con el vídeo. Y sus ventajas (no sólo crematísticas) son múltiples. Aunque sólo fuera por eludir el insidioso rumiar de los palomiteros, ya valdría la pena.

Leo en can Horrach que el polémico polemista Lars Von Trier ha montado una buena con El Anticristo. Me interesa poco el cine de Von Trier, pese a que para mí ha firmado dos obras impresionantes: Rompiendo las olas (mi hipocondría me impidió visionarla entera) y Bailar en la oscuridad. Tal vez me deje caer por el "Nápoles" y luego les cuente. Lo último que vi antes de partir hacia el monte fue Enemigos públicos. Un Dillinger de cartón-piedra. Mala tirando a peor. Para decirlo con Santiago Navajas: "hueca y trivial". Unos días antes, sin embargo, me alegró la tarde Up, de la factoría Píxar. Puro divertimento a la vieja usanza. La capacidad de estos tíos por valerse de las viejas fórmulas de la comedia y el género de aventuras y reciclarlas en animación animada resulta asombrosa. Por no hablar de su habilidad en la transmisión de emociones. Como razonó y rezongó Sam Fuller:

"El cine es como un campo de batalla. Amor, odio, acción, violencia, muerte. En una palabra: emoción".

Creo que ya no está de moda pero me sigue pareciendo la mejor definición de cine. Un cine que a lo mejor se asemeja a la cosa de la pelota y el capote. En cualquier caso, el cameo pertenece a Pierrot le fou, y pueden verla en casa.