Sodoma

¡Ojalá fuera la ciudad del sexo! ¿Qué tendría de malo? Parece ser que a la derecha no le gusta demasiado y, como cantaba un joven Sabina, “llama libertinaje a la libertad”. Pero no hablamos de sexo, hablamos de prostitución, de esclavitud, casi igual que aquella que se ofrece a ritmo sabrosón, mi amolll, en el cálido caoba con el tristísimo ballantines en vaso largo y dos de hielo. El oficio es más antiguo que Las Ramblas y no hay cronista que paseando por La Boquería y sus aledaños haya obviado el requiebro fingido y la carne derrotada. Ahora, justo al final del verano, llegan las fotografías infamantes, y la cópula vejatoria. No hay noticia en el reportaje y a nadie se le escapa la información. De hecho, y desde hace años, el más cándido de los transeúntes puede recibir un insistente masaje testicular por parte de jovencísimas subsaharianas, si pasea de madrugada Rambles amunt, Rambles avall. Es molesto zafarse, la verdad. Para los amantes de las metáforas quede el retrato (un cara culo) de un desgraciado con los gayumbos a media pata dándole gusto a su verano barcelonés. Diría que así la ciudad. En cuanto al sexo, ya digo, no le encuentro por ningún lado el grito en el cielo. Aunque uno es incapaz sin amor.