La canción del verano

Y justo cuando agosto decae y de amanecida los rostros trocan los restos arrastrados del naufragio alucinógeno por ruinas legañosas de rutinas cronometradas, me develan la canción del verano. Empieza la letra con un desafortunado dodecasílabo: “Te escribo canciones de mi puño y letra” (tanta insistencia en la propiedad intelectual huele sospechosamente a plagio). Sin embargo, y driblando babas, almíbares y glucosas varias, llega uno al tridecasílabo desnudo de cintura para abajo:”Quiero beberme de ti todo lo prohibido”. Y es que es bien sabido que desde tiempos de trovadores, el pop se escribe con el fin último de evitar las camas vacías.

Pero si el tropel noctívago baila la mamarrachada, en la soledad sonora de los montes escuchamos el inmenso homenaje de Miguel Poveda a la copla: Coplas del querer. Como no se me da muy bien la crítica musical y mi oído (snif) es de nonagenario, sólo resta la recomendación fanática de los great hits de poetas como Quintero, León, Quiroga. Me extraña tanto Cigala y poco Poveda por mis barrios. Espero que el chaval de Badalona (que gimió junto a Maria del Mar Bonet en el Metropolitan de Nueva York y cantó en Desglaç a poetas catalanes, con una versión acompañado de Moncho, el gran Moncho-llévatela-si-al-fin-y-al-cabo-ella-piensa-mucho-en-ti, de No et veuré més) no sea víctima de los bandos y bandas de la Cataluña diseñada a golpes de tiralíneas. La patria achicada y fatigosa que obliga a plantearse la desbandada. Los (h)unos y los otros. Los catalufos pusilánimes (por mucho que se escondan tras la ficción de mitos heroicos, que por cierto lloraron a moco tendido en Marsella) y la charnegada de catacumba. Suerte que a esta radiografía sociológica, puro siglo veinte, le quedaban cuatro días anteayer.

Només queda un piano,
un negre cec
i el nostre amor...

Versos para el jazz de verano.