Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

El último Newman

27 de julio de 2009




Cierto que su última aparición en pantalla fue en el documental 3055, Jean Leon (2006), de Agustí Vila. Ese mismo año, incluso le puso voz a uno de los coches protagonistas de la película de dibujos animados Cars. Sin embargo su última interpretación en pantalla, y por la puerta grande, fue en Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002). La elegancia de Paul Newman no podía encontrar mejor manera para retirarse de un oficio de fingidores, que desempeñó con talento durante más de medio siglo. Su inteligencia para la vida y el olfato para su trabajo fueron esenciales a la hora de escoger guiones solventes que no rebajaran una dignidad profesional cultivada celosamente. Con el paso del tiempo, la belleza de su rostro se agrietó haciéndose más humana pero manteniendo una asombrosa prestancia que la cámara nunca dejó de admirar. Y su mirada azul, claro. En el espléndido film de Mendes, Paul Newman se despide con una última mirada. Gélida y fatal. Se cruza con los ojos de la muerte, encarnada en su ahijado y discípulo Michael Sullivan (Tom Hanks).
Como no podía ser de otra manera -en un film que encuentra acomodo en las anchuras del género negro, pero que al mismo tiempo acoge estilemas de otros géneros como el western (y el sugénero de samuráis)-, el motor de la violencia es la venganza. En el momento de su estreno no fueron pocos los que achacaron a Mendes cierta frialdad británica y una utilización analítica, de taxidermista, de los códigos narrativos del cine de gángsteres. Sea como fuera, no hay mejor forma de despedirse que con la magistral parsimonia de John Rooney/Paul Newman bajo la lluvia.
La escena rezuma cierta estética de cómic. No en vano el origen de Camino a la perdición son las viñetas de Max Allan Collins y Richard Piers Rayner. Toda la preparación del asesinato recuerda los rituales ascéticos del samurái. Aunque, secamente, el punto de vista cambia del verdugo a las víctimas. Cuando Rooney/Newman, acompañado de sus guardaspaldas, sale del establecimiento y descubre el coche cerrado con el chófer muerto sabe bien que llegó su hora. Mendes decide interiorizar el momento mediante la lírica del ralentí y los fogonazos silenciosos de la Thompson pespunteados por las notas de un piano fúnebre. La cámara sigue la trayectoria de las balas y barre en lateral los cuerpos caídos en el asfalto.
Bajo la lluvia queda la figura desvalida de Rooney/Newman. Rodeada de cadáveres y de espaldas a su muerte. No requiere más líneas de guión que la aceptación resignada de que sea su discípulo quien dispare. Así la venganza es reconocida por aquél que la desencadenó con el fin de proteger a su hijo, pero sabiendo que provocaría la reacción violenta de su ahijado. No hay posibilidad de perdón, y entre gángsteres, la justicia sólo se entiende mediante vendetta y con el bíblico ojo por ojo, diente por diente. De ahí que sobren los reproches. Todo lo contrario. El laconismo de la escena y la dureza estoica de la despedida quedan resumidas en las últimas palabras de Rooney/Newman: “me alegro de que seas tú”. Un personaje trágico, consciente de que su final estaba escrito de antemano y que no había otra posibilidad de expiar sus pecados. Así pues, la última escena de Newman, la última secuencia, fue el reconocimiento del fin de una trayectoria meritoria y brillante en la que el listón casi siempre estuvo muy alto. Consiguió superar el lastre de su belleza excesiva y fue amansando sus iniciales titubeos iracundos del Método hasta alcanzar una naturalidad en pantalla que muy pocos consiguen. Camino a la perdición merece, pues, un doble reconocimiento: un film conmovedor y una secuencia que funde en negro toda una vida de cine.


Dirigido por, nº 391, julio-agosto, 2009

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