Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Un republicano

14 de marzo de 2009

La sorpresa por el republicanismo de Eastwood responde a la convicción europea según la cual un hombre de cine atractivo, elegante, lúcido e independiente debe ser por narices un progresista rabioso. La sorpresa, en cualquier caso, es reciente, pues buena parte de la izquierda de cine-fórum le negó durante años el pan y la sal al cineasta. No faltaron las acusaciones de reaccionario, machista y paleto. Conceptos que llegaron a fusionarse en el lugar común predilecto: un fascista. Incluso el pretencioso Spike Lee, después de la dura y conmovedora Cartas desde Iwo Jima, desenterró el hacha de guerra denunciando que en el film no aparecía ningún actor afroamericano. Ante la estúpida exigencia de cuota y una velada y taimada acusación de racismo, Eastwood aportó argumentos históricos y recordó su homenaje negrísimo a Charlie Parker en el biopic Bird. Volvió a la carga Lee, sabedor de que no hay nada que enfurezca más a un tipo con mala leche que sacarle de sus casillas con gracias de clown: “Qué te pasa, Clint, te comportas como un abuelo gruñón”. Obtuvo la callada por respuesta, y quiero imaginar, porque los yonquis de cine tenemos una peligrosa propensión a la mitomanía pueril, que con un gruñido, el gruñido de Walt Kowalski en la magistral Gran Torino. Todo lo que quiso saber sobre el republicanismo de Eastwood se encuentra en este film. Unos valores tradicionales y el enfrentamiento a la realidad desde una moral cristiana. Desconfío de las etiquetas que cierran puerta con un artista: “el último clásico”, se ha escrito de Eastwood. En este caso es cierto. En una entrevista reciente, el escritor de cine Luis Martínez preguntaba a Eastwood por John Ford. El director se limitó a reconocer que había crecido con sus películas. Fue suficiente. Y en Gran Torino la sombra de Ford es alargada. Esa justificación de su valentía y socorro al débil con un escueto “no piséis mi jardín” recuerda sobremanera al “era mi bistec” de El hombre que mató a Liberty Valance. Al igual que Ford, Eastwood ha utilizado la violencia durante años con una ambigüedad no exenta de fascinación. Y como Ford ha alcanzado la madurez creativa mostrando la miseria nada heroica de la violencia y rodando con realismo implacable historias turbias de venganza. “Soy simplemente un contador de historias”, repite el viejo maestro. Demasiado parecido al “I make westerns” de Ford. Coqueterías.

No obstante, para tranquilidad de muchos, Eastwood ha declarado que no se siente representado por ningún partido político actual y que se define básicamente como un libertario. Un individualista que cree en el compromiso personal sin idealismos redentores. Muchas veces se utiliza el vocablo “redención” para definir la catarsis última de sus personajes. Bien es cierto que el “María llena eres de gracia” con que Kowalski se despide de la vida subraya el aspecto redentor del gesto final con guiño incluido a El Samurai de Melville, otro apasionado de la narración clásica norteamericana. Pero también se encuentra un valor que Eastwood aprendió en el ejército y que forma parte de la moral cristiana a la que antes aludíamos: el sacrificio.

Hace poco comentaba el escritor de cine Carlos Boyero: “Mi concepto de la masculinidad no tiene nada que ver con 'El club de la lucha'. Sí con Clint Eastwood, con Robert Mitchum, con William Holden, con Gene Hackman, con Lee Marvin, con John Wayne, con Humphrey Bogart. ¿Adivina por donde voy? Tiene mi permiso para llamarme reaccionario y machista. A mis años ya no puedo cambiar.” Pues eso.

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