Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

De cintura para abajo

16 de marzo de 2009

Reconozco que no fue a la primera. Prefería la poesía de Ferrater. Sería por prejuicio pequeñoburgués, de periferia centrípeta y homofobia de pueblo. Pero estaba Ferrater: “Amor, t'he demanat perdó/ massa vegades, fins que has vist/ l'argúcia del cor trampós:/ del teu perdó se'n fa permís”. Llegó luego al pie de la letra. Un susurro nasal y fascinante a la sombra festiva de la pérgola. Tal vez fuera el primero en censurarnos el luto del alma. Leyendo las personas del verbo, a los dieciocho años, intuimos, sólo intuimos entonces, que la higiene, el perfume caro, les ostres, el vi blanc y la reincidencia obsesiva de los placeres cenitales y genitales no están reñidas con el bien escribir. Quizá la inteligencia inteligible no se entienda sin el prurito salaz. Por aquel entonces los chicos malditos del fular y puño en alto entrevistaron a Estapé en el patio de letras de la vieja universidad. Como siempre en la vida, yo estaba de paso. Estapé contó el caso del PC. No lo quisieron por “maricón”, sentenció el economista de ministerio. La explicación, plausible y hasta cierto punto aceptable, fue que muchos chaperos eran soplones de la secreta. Y luego estaba la ginebra que desata la lengua imprudente. No sé cómo lo contará Sigfrid Montleó en la película que rueda sobre el poeta. Mis esperanzas son más bien escasas. Pero en este caso: para qué queremos la peli si tenemos el libro. Si nos queda la piel:

Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
- con cuatrocientos cuerpos diferentes -
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

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