Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

El rugido del león de la Metro

7 de marzo de 2009

Para empezar diré que me alegra que las únicas “camisas pardas” (que aireaban con sobaquera agria desde la papelera con columna mesetaria hace un par de años, ¿se acuerdan?) de mi ciudad sean sello Toni Miró y conjunten con los sofás de terciopelo carmín en las catacumbas pespunteadas de jazz de Milano. Apurando el Macallan me río de la ocurrencia cazurra e histérica del marchamo “nazionalismo”, ideado por los parientes consanguíneos y orgullosos de la División Azul. No negaré mi condición de charnego agradecido (i amb molt d’orgull). Otros, qué duda cabe, de una vez por todas reconozcan su condición de resentidos, acomplejados, ineptos para el don de lenguas y trepas atrapados en el zaguán. Luego están aquellos que, con prosopopeya falangista, aman (¡oh!) “la cultura catalana”, su tradición, su idioma y las calas de la Costa Brava. No han leído ni tan siquiera medio verso de Maragall (“vacil·lant pels camins inoblidables,/brandant llànguidament la llarga cua”), pero adoran muy mucho el terruño catalufo y reservan en Adrià, más allá del apocalipsis. Entre líneas no hay más que la sentencia para con el vecino: “¡qué maravillosa sería Francia sin los franceses!”.

Pero, pese a todo, o tal vez por ello, no me queda más que defender mi reducto de libertad: desde que tengo uso de razón, es una sala de cine. Aguanto, no sin dificultades, a los palomiteros, la ausencia de pajilleras pintarrajeadas en la última fila de sesiones golfas, a los piquitos sonoros y glucosa de las parejitas en flor, a los garrulos de estética galáctica y concienzudamente despeinados, a los jubilatas rijosos que roncan su soledad, a los que saben del final, a los que alaban la fotografía, a los que van de entrañables macarrilas y se cagan en los Verdi, a las viudas que lloran su frustración de tantos años al lado de un divisionario putero, a Bovary, a Jan Julivert, al fantasma del Roxy, a Antoine Doinel, al escote insomne de las taquilleras y a Lucien de Rubempré; sin embargo me niego a la imposición por cuota del doblaje en catalán. Es más, considero la medida un remedo talibán impuesto por un burócrata de inmaculada y esplendente epidermis sobiranista.

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