La carne es débil. Recalamos en el villorrio de Bahamonde. El cuerpo me pide orinar en todas sus esquinas, defecar en la plaza mayor y desgañitarme con El paso del Ebro frente al Ayuntamiento; pero opto por dar fe de un pasable y demasiado pasado chuletón en un caserío mágico, impresionante. Dulce trato, generosidad sin igual y cuenta irrisoria. Por un momento me arrepiento de mis excesos rencorosos. Está el leve ardor del licor tostado y esta conversación sin principio ni final epidérmico. Un lujo.