Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Un sótano

21 de octubre de 2008

El género memorialista, la autobiografía y sus derivados requieren de una fortaleza moral nada desdeñable. Así lo dicta la escritura de una obra soberbia con estética de pulp: Mis rincones oscuros de James Ellroy, que acaba de aparecer en bolsillo y sello negro de Ediciones B. Ellroy es uno de los herederos más notables de aquellos cuentacuentos que allá por los años treinta del pasado siglo cogieron el devaluado relato de misterio y crimen, y lo convirtieron en la crónica de la realidad que se esconde debajo de las alfombras lujosas y late al fondo del sótano, junto a los cadáveres. Requería de un estilo a destajo y sin florituras. Así nace el llamado hard boiled. Y punto. Un estilo de estilete. Hammet, Chandler y MacDonald conforman la tríada de la avanzadilla del género. Siempre he sido de Chandler. Aunque desde que le he cogido ojeriza a la metáfora y sus imposturas me estoy haciendo de Hammet.

Ellroy, pues, actualiza la fórmula y escribe un puñado de narraciones destripadas de violencia social, puramente urbana. El llamado cuarteto de Los Ángeles (La Dalia Negra, El gran desierto, L.A. Confidential y Jazz blanco) es monumental prueba de ello. Pero a Ellroy le faltaba contar el caso de su vida. Reconstruirlo minuciosa y literalmente. El asesinato de Jean Ellroy, o sea su madre. Y la tragedia se convierte en motor de existencia. De la indiferencia infantil, y cierta liberación frente a una madre alcohólica y promiscua, a un desquiciamiento progresivo y mudo que le llevó primero a la cárcel y finalmente a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. No hay patrañas sentimentales ni lugar para la autocompasión. Sólo locura.

Sabe bien que el horror es un saco sin fondo.

Quería hacer cosas, no robaba, no tenía fantasías sexuales con mi madre. Dios u otras fuerzas cósmicas me habían devuelto el cerebro de manera permanente. No oía voces. No estaba tan jodido como antes.
Y no era un ser humano civilizado.
Mantenerme a base de marihuana me llenaba físicamente. Comía mucho, cargaba bolsas de golf y hacía gimnasia. Era alto, fuerte y corpulento.
Tenía ojos pardos, muy grandes y llevaba gafas con montura metálica que acentuaban su tamaño. Estaba colocado todo el rato. Parecía un loco consumido por un monólogo interior. Los desconocidos me encontraban molesto.
Las mujeres me tenían miedo. Intenté hablar con algunas en una librería y se asustaron muchísimo. Sabía que tenía mal aspecto y que mi nivel de higiene estaba por debajo de la media.
Tenía hambre. Quería amor y sexo. Quería dar mis historias mentales al mundo.
Sabía que en aquellas circunstancias no podía conseguir esas cosas. Debía renunciar a toda clase de droga. No podía beber. No podía robar. No podía mentir. Tenía que ser un jodido hijo de puta encerrado en sí mismo, estricto y severo. Tenía que repudiar mi vieja vida y a partir de la fuerza disecada de ésta, y sólo de ella, construir una nueva.
Me gustó el concepto, resultaba atractivo para mi naturaleza extremista. Me gustaba el carácter de autoinmolación. Me gustaba el aire de apostasía absoluta
”.

A Ellroy le llaman algo así como el perro rabioso de la literatura norteamericana. Pero eso ya forma parte de la coqueta propaganda de solapa. Como sus desplantes y berridos.

This blog is wearing Sederhana, a free XML Blogger Template adopted from Oh My Grid - WP theme by Thomas Arie
Converted to Blogger by Gre [Template-Godown]