Déjame si puedes

Como es común en muchos autores acabó fatigado de su obra de cuarenta principales avant-la-lettre. El melodrama quedaba para los años del acné y llorera por el corazón partío. Sin embargo, con la edad, entre las lágrimas, los mocos, el sudor y la máscara desencajada, afloraba un instante el atisbo de una sonrisa, una sonrisa de piñata blanca, una sonrisa de Fernandel, que no podía ser más que complicidad divertida con el semblable. Un instante para coger aire y derrumbarse en el llanto por la pérdida irremisible. La noche absoluta. Pero todo había cambiado ya, y era imposible seguir escuchando la rota letanía sin tener presente el momento súbito de aquella sonrisa, que parecía anunciar que París bien vale una misa, aunque tampoco en féssim un gra massa. Las promesas de reinos, los ruegos y las mentiras desesperadas se sucedían hasta un final apoteósico, un final arrastrado, triste, solitario y final.

Laisse-moi devenir
L'ombre de ton ombre
L'ombre de ta main
L'ombre de ton chien
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

¿Se puede caer más bajo? Casi parece imposible superar el lodazal de la súplica entre babas: l’ombre de ton chien. Yo sigo estremeciéndome cada vez. Sobre todo desde que gracias a Youtube, tengo gramola en casa. L’ombre de ton chien. Ahí lo tenemos: ovillado junto al perro, lamiéndole las pulgas. Y todo por una mujer.

Pero le quedaba la sonrisa. Aquella sonrisa de piñata blanca, sonrisa de Fernandel, que parecía guiñar el ojo al hipócrita espectador, y susurrarle diabólico: sí, sí, chaval, vale, vale, tú ríete, pero las tengo a todas en el bote.

Así que cuando escucho Ne me quitte pas, del gran Brel, del maestro Brel, que esta semana andó por los papeles como alma en pena, no puedo menos que acordarme de la sabia sentencia rimada de Pi de la Serra: "Si a la cara de derrota/en saps treure bon profit,/a més d’una i a més de quatre/ te les pots emportar al….catre!".

L'ombre de ton chien…