Mantengo una debilidad por la poesía de Gabriel Ferrater, que se acumula a la admiración hacia la poesía de Joan Margarit. Los dos invitan a mirar el cielo (“Segur que avui hi havia núvols/ i no he mirat enlaire. Tot el dia/ que veig cares i pedres i les soques dels arbres,/ i les portes per on surten les cares i tornen a entrar”, El distret, Ferrater). Margarit me señaló, después de una entrevista madrugadora, las nubes del cielo barcelonés y el milagro de salir a la calle una mañana más respirando hondo y calificando simplemente el cielo de “maco”. “Mira quin cel més maco”, me advirtió. ¡Un poeta! Y así, cuando la primavera se impone en mi ciudad, miro el cielo y recuerdo su condición simple de “maco”. No sé si podría considerarse de progreso personal, pero en cualquier caso, vivo en un octavo justo al lado del pegote impresentable de la Sagrada Familia (más impresentable aún si cabe con el añadido neogótico e insultante de Subirachs). Se divierten golondrinas en el aire (¡cagüen-en-Bécquer!) y despistadas gaviotas aletean fatigadas y encuadradas por mi ventana. En la mesa contigua una señoras ambiguas hablaban de nacionalismo. Qué importa, si los días laborables tienen razón y un beso largo como un túnel. Más que frívolos, estupendos les perdonamos la vida. Sin ir más lejos, cada día entro en el rotulado catalufo “supermercat” y, en riguroso castellano, con la guapa y sabrosona cajera tratamos las mejores ofertas alimenticias para un servidor. Así esta ciudad paradójica e imprevisible. Miro el cielo. Las afiladas esquinas de las hojas de los castaños, que inundan las avenidas. Los plátanos. Las acacias. Y el rumor de los coches sonámbulos. Recuerdo, noche templada, el cielo de Margarit. Y aquella sentencia de Marsé: “Incluso en sus peores momentos, Barcelona siempre ha sido una ciudad habitable”. Y espero que cruce el portal con la vecina, ante aquel moro figurante del portal. Luego me pierdo, difuminado, en los pasillos silenciosos del metro. De Barcelona. Factual (30.04.10)
Ayer, la tarde fue los ojos de mar Mediterráneo y cielo transparente de una amiga. En “el Bauma” de Barcelona. Salimos a la Diagonal y nos reímos de las imbecilidades del marketing en la calzada. Podría decir más de los incompetentes que mandan (¡mandan!) pintar eslóganes en el asfalto, pero la vida enseña que no son tristes las batallas perdidas, sino tristes son las batallas que no puedes declarar al enemigo. Crecimos con Rhett Butler: “Me gustan las causas perdidas cuando están perdidas de verdad”. Nos hicimos hombres con el brigadista Rick Blaine: “Los vencedores pagaban mejor”.