Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

El abogado del terror

4 de noviembre de 2008

Su única herida en la II Guerra Mundial se la produjo con una navaja inglesa mientras intentaba abrir una ostra. Verdaderamente, una metáfora de la historia militar francesa desde la caída de la línea Maginot en 1940 hasta el día de hoy. Jacques Vergès se involucró en la guerra de liberación argelina de 1954. Los métodos de tortura de los paracaidistas franceses seguían el guión establecido por la represión nazi. De la misma manera que como demostró el documental Camino a Guatánamo de Michael Winterbottom, las tácticas de acoso piscológico de los chekistas no desaparecieron con la caída del Muro de Berlín. Vergès consiguió la libertad de la terrorista argelina Djamila Bouhired y acabó casándose con ella. A partir de ahí la historia de este hombre se escurre en el pavor. La nómina de defendidos es de tienda de los horrores. Entre ellos baste citar a Slobodan Milosevic y Sadam Hussein. Pero incluso el más canalla de los canallas tiene derecho a defensa y juicio justo. El que, por ejemplo y gracias a él, tuvo el nazi Klause Barbie.

El abogado del terror de Barbet Schroeder indaga en un personaje que va más allá de su estricto cumplimiento profesional. El propio Vergès se ampara en Montaigne y Diderot para justificar un patriotismo de colono (su madre era vietnamita), aunque la impasibilidad de la cámara de Schroeder no sea óbice para ampliar el objetivo a las voces que redundan en la sospecha de sus contactos con la peor calaña. Ahí están desde los jemeres rojos a Carlos el Chacal. Y una evidencia: el antisemitismo que alía a nazis con el terrorismo moderno.

La lección del film es fabulosa. Y a través de los acontecimientos que narra enfoca la incubación del huevo de la serpiente. Sólo queda adquirir la edición íntegra en DVD. Una muestra del mejor cine documental.

VÉRTIGO
"Tiene usted razón. El documental es soberbio y de una gran complejidad. De entrada porque la impasibilidad de la cámara contrasta con la utilización de técnicas narrativas muy literarias para entretejer lo público con lo privado. O con la imagen pública de lo privado, pues Vergés, desde el principio, construye meticulosamente la imagen de su privacidad a base de provocación, silencio y, parece, mentira. Schroeder ha reconocido la huella de Vértigo en el tratamiento de los amores de Vergés: los "sublimes" amores con Djamila (lo sublime potenciado por la cita de Pontecorvo) se repiten de forma caricaturesca en la relación con la vacua Magdalena Kopp, uno de los testimonios más impactantes de la cinta junto con el del terrorista arrepentido Klein. Afortunadamente, el film no ahorra contradicciones y, narrativamente, se cuestiona incesantemente, por lo que la referencia a Hitchcock sólo es un dato más. Y al cuestionarse, el film, de paso, desmiente el "optimismo" ingenuo de las declaraciones del periodista Lionel Duroy, pues no parece evidente que la condición de colonizado de Vergés ( si es que realmente se lo puede considerar "colonizado") pueda considerarse causa eficiente de su trayectoria. En fin. Son reflexiones sueltas. Enhorabuena por la crítica."

Teresa

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