Soy de los afortunados que llegó a un aula, y se encontró con el taconeo persistente en el encerado. La objetividad existe. Así empezó el profesor Espada (CapiAhab, en coña antisentimental).
Gracias a él comprendí que lo mío no era el periodismo. Era la literatura, que antes había aprendido, como único refugio lector. Fue una gran lección.
Puedo llegar a descifrar la puñaladita de Weiner. Por una evidente intersección entre coeficiente intelectual y oportunismo sin continencia pero con continente de pata negra. Del boom al catacrash.
Sin embargo, me cuesta seguir la argumentación de Azúa. Del admirado escritor Azúa. Voy al cine (nunca al teatro, si no es empeño de damas) para que me cuenten la realidad mediante una mentira emocionante. Leo periódicos para saber de verdad los hechos. Me pierdo, pues, con las confusas disquisiciones del Hamlet de Azúa.
Debe de ser el eco de aquel taconeo.
