Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Cuando Holmes conoció a Mata-Hari

10 de febrero de 2010




Durante años fue considerada una película menor, y puesta como ejemplo de una creatividad al borde del abismo y la decadencia. Venía Wilder de dos décadas marcadas por el éxito profesional y la brillantez de los galardones. Y empezó la década de los setenta con La vida privada de Sherlock Holmes, una sagaz creación del único caso en que el misógino detective inglés fue vencido por unas faldas -y no precisamente las escocesas que calza su inseparable amigo, biógrafo oficial y fantasioso Dr. Watson (Colin Blakely)-. La secuencia de marras supone el descubrimiento y la aceptación de la derrota. Después de conocer por su hermano Mycroft (Christopher Lee) que ha sido engañado por la señora Valladon (Geneviéve Page), que en verdad es una espía a las órdenes del gobierno alemán, que quiere hacerse con el submarino que los británicos están probando en el Lago Ness, Sherlock Holmes (Robert Stephens) vuelve al hotel para desenmascarar la mascarada. La elegante puesta en escena (marca de la casa) muestra a la esquiva Gabrielle de espalda cimbreante y desnuda, velazqueña. Con gran acierto narrativo, el paraguas que la espía utiliza para comunicarse con sus camaradas sirve primero para cubrir la espalda con la suave seda, y justo después como improvisado despertador. Como no podía ser de otra manera, tratándose de un hierático caballero inglés, no hay grito ni ataque de cuernos temperamental, sino una calculada progresión en el desvelamiento.


Si antes apelábamos a la elegancia visual, hay que reseñar el ingenio acerado del guión. Las preguntas se suceden a modo de interrogatorio para conseguir el propósito de desbaratar los planes teutones. Una vez conseguido el objetivo de que los espías caigan en la trampa, al diálogo no le queda más que una neblina melancólica en las miradas. El hombre que consigue ser seducido por una mujer a la altura de su inteligencia. Más aún. Una mujer más inteligente que cree equivocadamente haber sido vencida por la mente preclara del detective. La llegada de Mycroft aporta luz a los equívocos y, como marcan los cánones, al desenlace de un romance de cópula dialéctica e intelectual. Merced a las peticiones de Sherlock, la espía será canjeada por un agente británico apresado por los alemanes. A todo esto, la llegada del sanchopancesco Watson confiere un contrapunto cómico -teatral el trastabilleo con la maleta y el paraguas- que evita cualquier salpicadura de almíbar. Discípulo aventajado de Lubitsch, Wilder conoce bien la lección de las puertas cerradas y las ventanas abiertas a la imaginación del espectador. Así pues, no hay explícita demostración de amor, sino una bella y escueta despedida en morse.


A esta maravillosa secuencia final, se añade una coda que cierra el film y la historia escondida de la única vez que el detective inglés fue vencido. Mientras desayunan Holmes y Watson en módelica tranquilidad de matrimonio british, el detective recibe una carta de su hermano Mycroft en la que le informa de que Gabrielle ha sido apresada por los japoneses y ejecutada. Como apunte último, Micro añade que la espía vivió bajo el nombre ficticio de "señora Ashdown", identidad que utilizó en su estancia escocesa junto a Holmes. Toma sentido entonces el diálogo en los primeros compases del film entre los dos solterones:

-Watson: "Holmes... Permítame una pregunta. No quisiera parecer indiscreto pero, ¿ha habido mujeres en su vida?"
-Holmes: "La respuesta es sí... Me parece usted indiscreto".

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