A Cassavetes le hubiese gustado filmar como Capra, que es como si un grillet pretendiera ser Dickens. Ya pasa. Gustamos de Capra, pero Cassavetes nos pierde. Nos pone de los nervios su demora en las escenas de transición, su búsqueda de autenticidad mediante la improvisación calculada y el desaliño aliñadísimo, el punto de histeria teatrera y su gusto por gustarse más que por gustar al respetable. Sin embargo, rodaba con cuatro amigos y cuatro duros que sacaba de las interpretaciones mercenarias. Y sus historias son verdad, cuando la "Nueva ola" francesa imponía el artificio. Más cerca estaba del neorrealismo italiano y el underground de la serie B made in Hollywood de los cuarenta del siglo pasado. Desde "Shadows" a mi querida "Corrientes de amor", pasando por "Faces", "Una mujer bajo la influencia", "Minnie and Moskowitz", "Opening Night" o la "Gloria" por fin encontrada. Un amigo me contó que invitaron una vez no más al Festival de cine de Sitges a Seymour Cassel
, actor cassavetiano por excelencia. Literalmente tuvieron que apartarlo de la negra espectacular que le hacía de chófer de la limusina, con la consiguiente indignación de los terroríficos y felices organizadores del festín de marras.
Cassavetes supo escaparse (dirigiendo) del marchamo de nuevo Bogart. A diferencia de Lauren Bacall, Gina Rowlands nunca ha ejercido de viuda de. Y a diferencia de Bacall, nunca ha exhibido amantes de pasarela. Le preguntaron una vez a Rowlands por la cuestión:
"-John podía llegar a ser un coñazo, pero, desgraciadamente o no, nadie me ha hecho reír como él".
Chapó por la dama.
