Me descubren un restaurante de esos de platitos deliciosos cerca de casa. Como peaje debo servir las copas posteriores en mi piso. Las instrucciones de A. 1 son claras e inapelables:
-Tanqueray 10
-Fever Tree
-limones de Murcia
-cubitos de Sierra Nevada
Puro Tirsa. Contesto que para murciano yo, que los limones serán de La China y que todo lo demás estará en su sitio. Me callo, claro está, que los cubitos serán cortesía de Aguas de Barcelona. Juro en arameo mientras recorro todos los supers y paquis circundantes en pos del capricho ajeno. Siempre he creído, con Fernán-Gómez, que todo hombre que haya superado la condición de mileurista a los tres ceros debería cambiar los gin-tónics y demás calimochos por el trago comedido de whiskey. Bajo el sol de justicia llamo a A. 2, que me envía a la seguridad de Quillez. Colmado maravilloso, mantiene un aire de posguerra holgada y colaboracionista. Desplumado vuelvo a casa. Justo para pasar por la ducha, ataviarme con el uniforme de zara y rociarme con el Tabac que me regalaron las navidades pasadas.
Me pregunta A. 2 si tengo fotocopiadora en casa. La pregunta me deja completamente boquiabierto. Quiere pasarme un artículo de Coetzee sobre “The Misfits” de John Huston/Arthur Miller. Sólo se me ocurre responderle que, pese a mi apariencia de decimonónico recalcitrante, me veo capacitado para abrir un archivo adjunto que me envíe escaneado. La cena espléndida y el vino aún más (especialmente las rocas, un tinto glorioso), ya digo. Me guardo una tarjeta del local por si dentro de medio año me sobran unos euros. P. ingenia, con escasez de hielo, unos gin-tónics que parecen satisfacer a la concurrencia. A 2. putineja el mando del aire acondicionado y consigue cortocircuitar la máquina. He pasado unos días de calor infernal. Pero todo sea por una suave noche agostí en buena compañía.