A mi querida D., mujer libre y hacedora de la mejor tortilla de patatas, uno de los platos más suculentamente españoles
"De hecho, mis padres sabían bien que Stalin era un asesino. Y también los amigos de mis padres. En casa no se hablaba de otra cosa.
Hay algo que, sin embargo, no entiendo. ¿Cómo es que mis padres, que eran unas personas corrientes, lo sabían, y en cambio Ehrenburg, no?"
El escritor Serguéi Dovlátov parió unos papeles que se clasifican de novela y bien pudieran ser unas memorias (en Barcelona, por cierto, hemos leído Los nuestros A., que me lo regaló, y un servidor. Así le va a la ciudad bombón, torera y antitaurina). Como yo no tengo problemas con el charneguismo literario, paso de la etiqueta y sus márgenes epistemológicos. Estamos en el extrarradio y cualquier bastardía de género (SIEMPRE Y CUANDO NO SEA UN RIDÍCULO BOCCACIO ÉTICO Y ESTÉTICO) es bienvenida. Oh benvinguts, passeu, passeu... La Carmen Broto de Marsé, el Napoleón de Leon Tolstoi, Mortadelo y Filemón, el Juli Cèsar de Xéspir i el Virgili de Dante, el Henri Beyle d'Stendhal, el Josep Pla del propi Josep Pla, els miracles de Valle-Inclán, Galdós i les guerres carlines i del Flaubert la Salambó... Sólo sé que hay que leer a Dovlátov. Su ironía cervantina (disculpen el tópico, pero llevo prisa por finiquitar la mudanza), su estilo sin sonaja ni onanismo ornamental ante el espejo, su humanismo de ruso judío y apaleado, su capacidad para evitar los desgarros melodramáticos y entonar la sonrisa bufonesca en el infierno helado, encogorzan a cualquier lector que no esté para hostias ni purismos hermenéuticos. O sea a muy pocos. Leyendo a Dovlátov, que pringó mili de guardián de cárcel, pasó prisión por pasota de la camaradería marxista-leninista-y-demás, malvivió en New York como le dejaron, trabajó toda su vida en tajos de mierda y escribió como un superviviente anegado en alcohol, uno constata la verdad verdadera de tanta baba maldita, pija y suelta: "¡Bukowski (como sinécdoque de tantos vagos disfrazados de artista sufriente), eres una nenaza!".
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Santiago Carrillo en la pantalla. No sabría decir cuántos años tiene la momia. Según la wiki sigue fumando pasados los noventa. Ya quisiera yo, que me estoy quitando. Carrillo, comunista, el documental de la 2. Como de dinosaurios pero parloteando. Toda una vida. No podía faltar Paracuellos. Los nietos de los fascistas, con lacoste y rojigualda, espoleados sobre todo por la propaganda de ex-terroristas, se presentan en los actos de Carrillo y le vomitan los eslóganes de un marketing urdido por una ultraderecha que se autodenomina liberal, cuando todo el mundo mínimamente informado sabe que en España los liberales han sidos cuatro y el cabo y la mitad en el exilio o quemados o fusilados por los descendientes (ideológicos y/o consanguíneos) de los que ahora se ufanan en proclamarse (neo)liberales. Pero, en fin, la momia explica Paracuellos. Y la explicación me parece lógica/pertinente en Carrillo (a la sazón uno de los responsables de la defensa de Madrid) y en el momento de máxima barbarie general. "Ni me enteré, ni me importó no enterarme", entiendo que concluye entre evasivas y gestos gélidos. La secuencia más atroz, sin embargo, y enlazo con el gran Dovlátov, se produce cuando le preguntan a Zelig, perdón, Carrillo, por aquel artículo contra su padre, Wenceslao, dirigente de la UGT, que junto al general Casado buscaron una rendición (tutelada por Francia e Inglaterra) del gobierno legítimo de la República ante el ejército traidor. El artículo del hijo se titula, si mal no recuerdo, "Estamos en trincheras enfrentadas" y en él el dirigente comunista le niega el saludo al padre por adelantado, enfrenta el amor familiar a la fraternidad anónima y sexualmente ambigua ("me debía a mis camaradas") y lo acusa de vendepatrias. Escalofriante. La respuesta del padre hace dudar al hijo. Finalmente, con un silencio torpe y un ademán sobrao, Carrillo ningunea en el film los argumentos firmes de un padre que tuvo los santos cojones de dirigir su diatriba al código postal de Stalin, Josef Stalin. Interpreto (perdónenme los facticios y los materialistas de la cosa marxista) que no quiso aceptar que los insultos del hijo fuesen de su puño y letra. O a lo mejor sí, no sé, y fuera un irónico, pese a su militancia sindicalista. En cualquier caso, las líneas mecanografiadas de Wenceslao Carrillo mantienen, en la zona cero emocional, una lucidez dignísima: "Te felicito, Josef Stalin: eduqué a mi hijo para que fuera libre; tú lo has convertido en un esclavo".
Pensé en Dovlátov y en aquello de Camus, que imposibilita para el totalitarismo y anestesia el pathos-simpathy para con la carcundia monolingüe: "Entre la justicia y mi madre, escojo a mi madre". I és que el nen és petit i molt eixerit, el noi de la maaaare.