Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Reporterismo de gorra y playeras

3 de abril de 2009

En el ensayo “Intelectuales” el retroliberal y perspicaz historiador Paul Johnson establece las características del intelectual moderno, que empieza con Rousseau y se despliega a lo largo de los siglos XIX y XX con figuras como Shelley, Marx, Ibsen, Brecht o Sartre. “El intelectual laico podía ser deísta, escéptico o ateo, pero estaba tan dispuesto a aconsejar a la humanidad sobre el modo en que debía dirigir sus asuntos como lo estaría cualquier pontífice o pastor”. A juicio de Johnson, el intelectual sufre de un agudo egocentrismo, acostumbra a ser un gran relaciones públicas de sí mismo, la realidad y los datos en su crudeza objetiva le interesan en tanto en cuando reafirman sus tesis de partida y no tiene escrúpulos en manipularlos a su antojo. Por último, pero no menos imporante, exhibe un idealismo que antepone la abstracción pública a las virtudes privadas. Qué duda cabe que Michael Moore no es un intelectual, aunque comparte algunas de las características citadas. Su trabajo, más allá del intrínseco valor cinematográfico, ha sido aupado, en gran medida, por la autopromoción y el olfato infalible para las relaciones públicas. Viendo los documentales de Moore, es fácil advertir un afán de protagonismo desbordado y amparado en las técnicas periodísticas del gonzo, que tantos réditos y fama dieron a Hunter S. Thompson. Sin embargo, a diferencia del escritor, Moore practica un reporterismo cinematográfico con intenciones redentoristas y calado crítico. Personalmente, y si debo escoger, prefiero al Moore satírico, el humorista y el gamberro, pues cuando sermonea con voz meliflua se antoja flatulento. El Moore más desbocado sabe jugar con el montaje en una suerte de pequeños gags que ponen al descubierto miserias humanas o corruptelas institucionales. El objeto de sus diatribas, a la manera del buen bufón, son los poderosos sátrapas, y se agraceden sus redaños. Sin embargo, a la faceta del satírico (de brocha gorda) añade el prurito moralizante, que suena a impostado y vanidoso. No disfruté con las diatribas antiarmamentísticas de Bowling for Columbine, y de hecho, me resultó antipática la aclamada secuencia de la entrevista con Charlton Heston. Podrán decirse muchas cosas sobre Heston, incluso que es un armario con un limitadísimo repertorio expresivo, pero en ningún caso se merecía la chulería e impertinencias del cineasta después de haberlo tratado con total cordialidad y educación. Tampoco me entusiasmó Fahrenheit 9/11, aunque pusiera en evidencia a una de las administraciones estadounidenses más lamentables. Hay un punto de fingimiento en los documentales de Moore que invita a mantener la guardia alta. En muchos casos uno tiene la sensación de que le están dando gato por liebre con unos ejercicios de develamiento del mal y la estupidez demasiado obvios.
MISERIAS SANITARIAS
En Sicko, Moore centra la diana de sus ataques en el sistema sanitario estadounidense. Una tarea poco complicada, teniendo en cuenta que una de las primeras reformas que ha anunciado Obama nada más llegar a la Casa Blanca ha sido la de una sanidad pública que actualmente no cubre las necesidades y servicios de todos los ciudadanos estadounidenses. Sicko, por su parte, rastrea los casos concretos de afectados por no tener un seguro médico y de aquellos cuyo seguro no cubre el tratamiento de sus enfermedades. Ciertamente, los testimonios son escalofriantes. Y es, en esta primera parte, donde Moore muestra un rigor documentalista encomiable. Según cuenta en el film en febrero de 2006, a través de su página web, michaelmoore.com, hizo un llamamiento a todos aquellos que habían sufrido en propias carnes las injusticias del actual sistema sanitario estadounidense. El éxito de la llamada fue abrumador. Tal sólo en una semana, el director recibió más de 25.000 mensajes en su web. De entre ellos, seleccionó y documentó unas 200 historias a lo largo de 130 días de rodaje. Así pues, en comparación con sus anteriores trabajos, Sicko presenta una problemática aparentemente investigada a fondo. También se esfuerza en resumir las causas de la situación actual: el plan de seguros médicos de 1971, durante la era Nixon, así como la reforma de asistencia universal que intentó llevar a cabo Hillary Clinton durante el mandato de su marido. En aquella ocasión, los republicanos censuraron la iniciativa por considerarla socialista y burócrata. Ante tal panorama, Moore decide investigar los sistemas de sanidad públicos más avanzados. Por ello viaja a Canadá, Francia e Inglaterra. Es en este punto del metraje cuando el documental empieza a hacer aguas. Más allá de imitar las maneras de un paleto cuando se dirige a los responsables de hospitales, a médicos, enfermeras y pacientes, está el maniqueísmo tan antipático de Moore. Todas las escenas de hospital son de una impolutez impostada. El único fin que parece perseguir el cineasta es mostrar las maravillas extranjeras en comparación con el caótico sistema norteamericano. Todas las familias a las que entrevista son exquisitas muestras de la clase media-alta europea, recién salidas de un film de Haneke. En una entrevista incluida en el dossier de prensa, el director se justifica: “Fue aleccionador, estimulante y deprimente. No dejamos de sorprendernos por cuanto descubríamos. Creíamos que dominábamos la materia bastante bien, pero a cada esquina que doblábamos nos topábamos con algo nuevo. Se hacía deprimente porque como estadounidenses seguimos creyendo que estamos en el país más rico del globo, de tal modo que ¿por qué no tenemos también asistencia sanitaria gratuita? En general, la experiencia me ha recordado la importancia de salir de casa. Alrededor de un 80% de estadounidenses no tienen pasaporte, de tal modo que la mayoría de nostros no percibimos el mundo exterior y lo que ocurre en él. La ignorancia no ha sido algo muy saludable; no es posible tomar las mejores decisiones sin disponer de toda la información. Eso es así de cierto en nuestra vida diaria, y asimismo también lo es en nuestra vida política”.
LA CUBA DE MOORE
Los malabalismos dialécticos de Moore, sin embargo, no se quedan ahí. De vuelta a los EUA, y tras haber constatado las maravillas de la asistencia sanitaria universal, decide erigirse en voz de los más de 50 millones de estadounidenses que no disponen de seguro médico. A partir de ese momento entrevista a una serie de voluntarios que colaboraron en la búsqueda entre los escombros de las torres gemelas tras los atentados del 11-S. Muchos de ellos sufren graves problemas respiratorios y desequilibrios psicológicos. Dado que no reciben ayuda estatal, el buenazo de Moore idea un plan que consiste en viajar a la isla de Cuba. En este preciso instante no sabemos a ciencia cierta si Moore juega a enfant terrible o verdaderamente se cree sus peroratas sobre la magnificencia (¡y magnanimidad!) del sistema público cubano. Sin adentrarnos demasiado en cuestiones políticas de cajón, sorprende que Moore en ningún momento reconozca su trabajo (tal vez por ingenuidad) de propaganda del régimen castrista. No sólo les conducen al mejor hospital de la Habana (seguramente el que ofrece alojo, lujo y asistencia a la gerontocracia isleña), sino que además les muestran en catálogo la infraestructura y los aparatos más avanzados y modernos. Finalmente, los ciudadanos sin seguro médico reciben el tratamiento por cortesía del régimen cubano, y Moore enfatiza el éxito de la misión con un discurso en off de seminarista aplicado. No puede faltar, claro está y según el patrón Wenders, la alegría genética del pueblo cubano. Hasta aquí nada que objetar, aunque a un reportero se le supone una mirada que vaya un paso más allá de la mera observación de turista tostado al sol y al ron, y disfrazado de Hemingway. Pero la perplejidad de este reseñista bordeó la indignación con el repaso de las excelencias de un país que no goza de los más elementales derechos individuales. A Moore parece interesarle más la coz en la espinilla que la veracidad. De ahí que prefiramos su sátira a su reporterismo, su ánimo provocador y soliviantado a su oblicuo (y un tanto torticero) moralismo. En cualquier caso, Sicko me parece el trabajo más solvente de Moore hasta la fecha. Pese a los conocidos trucos y triquiñuelas, la urgencia del film, la contundencia de la denuncia y el subrayado de la injusticia son de alabar. Según parece Sicko, que llega con un retraso de casi dos años a las pantallas españolas, pasó desapercibida en su estreno en EUA. Tal vez, en esta ocasión, Moore no abusó de su talento publicista. O tal vez el público norteamericano se haya aburrido ya de sus filípicas. Puede que los incondicionales de Moore encuentren más calmado al histrión, que ha hecho de la gorra y las playeras la seña de identidad de un reporterismo no siempre veraz, muchas veces impostado, pero constantemente deslenguado, ágil y perentorio.

Dirigido por, nº388, Abril 2009

(Sicko se estrena en España el próximo 30 de Abril. Se puede visionar troceada en youtube desde hace meses. Qué zorro este Moore).

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