Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

200 años y algún día

25 de marzo de 2009

No va desencaminado el Borbón jr. cuando recita: "[Larra] constataría con satisfacción, desde su afán de progreso, todo lo que a lo largo de los tres últimos decenios las libertades y los derechos fundamentales que garantiza nuestra Constitución han aportado al avance individual y colectivo de los españoles". Hoy en día, además, existen fármacos que atemperan los excesos de la depresión y el desconsuelo negro. Ayer el 200 aniversario de Larra en los papeles: semblanzas, recuerdos y herencias varias, algunas de ellas pintorescas. Me quedo con el Larra de escuela, que tan bien pinta Arcadi Espada. Unos manuales somnolientos que revisitaban año tras año al caído por España. En este caso de El Caso, pegándose un tiro por la cochambre nacional. La fábula, como la de la pasión imposible, enardeció el corazón adolescente. Más conspicua la reflexión de Luis Izquierdo en la Universidad aquella: Si no hubiera muerto joven, el periodista se habría pasado a los conservadores, como su contemporáneo Espronceda. Poco dista, digo yo anacrónico, el libérrimo saqueo pirata del mangoneo engominado de Caja Madrid.

A mí me gusta el Larra pateador, el flané madrileño que restituye en el periodismo literario una manera de andar por la vida con los sentidos alerta y el sarcasmo siempre a punto, el detalle bordado y la epidermis esencial. El Larra de “El café”, "Baile de máscaras" o “Los calaveras”. Costumbrista, por la sencilla razón de que el hombre es animal de costumbres. Y con un personaje a cuestas que es un poco dandy, un tanto gruñón extrañado y un algo en el habla de pícaro deslenguado y de vuelta. Su entierro sirvió para bautizar la fama de Zorrilla, que leyó, hasta donde le permitieron los temblores, su elegía al fiambre (“poeta”, declamó el joven ídem), y para que los enlutados y sobreactuados 98istas llevaran flores de plástico a su tumba. El Madrid de Larra es ciudad convertida en literatura. Como en la totalidad del inmenso Galdós, en el pausado y melancólico Madrid de Azorín, las tribulaciones retiradas y prostáticas de Baroja, los afilados dietarios capitalinos de Pla, los retratos de viaducto fúnebre de Cansinos-Assens o la mitología asfaltada y sonajera de Umbral.

Pocos, estos días, han reparado en Cernuda y su ojeriza de misántropo. En su apelmazado “A Larra, con unas violetas” escu(l)pe aquello de:

Escribir en España no es llorar, es morir

Para que tome nota nuestro amante del progreso Borbón jr. de a cuánto va la pieza literaria en los papeles patrios.

Pero, por encima de todo, un hombre volviendo a casa cuando cae la noche:

"Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
El farol azulado que te guiara, carne yerta,
Al regresar del baile o del sucio periódico."

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