Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Correfocs

10 de febrero de 2009

La fidelidad de ERC a los ritos folclóricos está fuera de toda duda. No sólo cuenta entre sus filas con aguerridos castellers, sesudos analistas del balompié y tuneadores de coches sino que ahora la formación política se erige en defensora de los correfocs. Para aquellos que no lo sepan, y supongo que serán muchos, los correfocs son un pretexto lúdico para hacer el indio con petardos y cohetes. De totes les collonades que es fan i es desfan, los correfocs cuentan con mi antipatía especial. Para empezar odio los petardos. Durante la famosa nit de Sant Joan acostumbro a encerrarme en casa poseído por una irritación perruno-felina. Más allá de este detalle estival, está el hecho de que, en mis primeras misiones periodísticas, me dieron una alcarchofa y me lanzaron a la calle para piar la crónica de ambiente (ambigua denominación). Eran fines de semana, veranos y demás fiestas de guardar, así que principalmente me enviaban a cubrir celebraciones populares, populosas y patrioteras. En la facultad me hablaban del Watergate y del contraste de fuentes, y la realidad imponía el ball de bastons. Con orgullo ostento que, pese a todo, después de cuatro años nunca aprendí qué demonios es un “folre” ni un “quatre de vuit”.

Quizás fuera purga por la soberbia de haberme quedado siempre en cama durante la fiesta nacional. En cualquier caso, pringué varias veces los correfocs de las celebérrimas fiestas de Gràcia. A las siete de la mañana la plaza Rius i Taulet semejaba el paisaje después de la batalla. Y con el grupo de diables/demonios corría por las aceras describiendo a gritos el estruendo y el humo. En algunos balcones podía verse, a manera de pancarta reivindicativa, el deseo de que cesaran las hostilidades y dejaran dormir al personal. Pero ni por esas. Después del vía crucis vocinglero recalalaba en la plaza con la sensación engorrosa de haberme equivocado de oficio.

Sirva el pespunte biográfico como atenuante a mi oposición visceral hacia la subvención de cualquier tipo de tradición pantuflera, memez revestida de antropología y cultureta popular con butifarra i seques. En este caso catalanas. Pero, asimismo, me solidarizo con otros compañeros de alcachofa que, en otras regiones de la bendita España, han tenido que componérselas para componer la crónica de una cabra lanzada desde el campanario del pueblo, una batalla de vino sin cuartel o la imbecilidad de unos tíos que salen por patas delante de un toro.

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