Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Héroes (in)vulnerables

17 de enero de 2009

Después de una copa en el Ideal en buena compañía. Desenchufando del jodido tajo. Estaba a punto de coger el tren y sonó el móvil. “Mira, que tu padre…”. El mundo estuvo a punto de derrumbarse. Un segundo sólo. Cogí un taxi a toda la leche y mala hostia. El trayecto se me hizo eterno. Recordé que hacía unos días de conversaciones extrañas. Hablo con él a diario, le llamo, pero desde el martes me contestaba raro. Me decía que la cobertura era insuficiente (había perdido la audición del oído derecho), y yo me desgañitaba y me sulfuraba como de costumbre. Le contaba las nimiedades cotidianas, reprimiendo, eso sí, mi mala situación actual. “¿Cuándo nos veremos?”. Estoy acostumbrando a la pregunta, y siempre le respondo que llevo una vida ajetreada, con muchos compromisos sociales y demasiado trabajo. Para hacerle feliz y porque, Dios me perdone, me exaspera su compañía.

Se paseaba por las calles como un borracho. Perdió el equilibrio. Tuvieron que llevarle a casa y él insistió en que no me molestaran. Sobre todo que no me molestaran. No podía tenerse en pie, vomitaba por las esquinas y pedía que “no molestaran a su hijo”. Maldije en el taxi para no llorar.
Llamé a R. porque soy un inútil de letras y la vida práctica me puede. Me comentó que tratándose de un hipertenso lo mejor era curarse en salud, valga la coña. Vino un joven doctor con pinta de tunero (todos “los batablancas” tienen pinta de tuneros reprimidos; los conozco desde hace años: han sableado a mi padre, desde hace años, de una manera indecente) con sobredosis de House. Se hizo el interesante, el impertinente, y por fin diagnosticó, el muy chapuzas, un tapón de cera en el oído. A la mañana siguiente fuimos al “batablanca” que pagamos con impuestos. Ni asomo de tapón. Más bien un nervio auditivo. Milagros de la seguridad social española, permanecemos en lista de espera del otorrino local.

En el tren de la mañana, camino del campo de concentración, había leído unas líneas emocionantes. Pensé en comentárselas. Hablaban de un padre y un hijo:

“Me temo que, lo mismo que él, me he convertido en una especie de patriarca, algo burgués. Lo mismo que él, me siento excesivamente orgulloso de las escasas dificultades que pasé a lo largo de mi trayectoria hacia una posición estable. Y sin duda, lo mismo que él, someteré de algún modo a mis hijos a mi personalidad y a mis recuerdos de juventud”.
DAVID MAMET, Una profesión de putas

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