Estaba leyendo en mi cuchitril de la calle Tallers y me llamó por teléfono M. En Boadas, Marsé, Sagarra y Coma bebían sendos güisquis anegados. Mucho mineral. Una mariconada. Irrumpí en la barra con “Un día volveré” y “Las rumbas” en el bolsillo del abrigo. Me temblaban las piernas y fui incapaz. Recuerdo que pedí copa, y como siempre puse la antena. Hablaban de John Ford y el western.
Luego les seguí a distancia hasta la entrada de Casa Leopoldo. Me volví hambriento al cuchitril.
He coincidido tres o cuatro veces más con Marsé y me pudo el tembleque y el silencio. Será porque con el paso de los años va adquiriendo un parecido más que razonable con James Cagney. Y porque a los diecisete años aprendí. A no ser, pese a aquella cueva de Jumilla del abuelo, un baboso aprendiz de Pijoaparte. Y porque modestamente pienso que es el mejor escritor (¡catalán!) en eso que llaman literatura española del segundo tajo de la última centuria. Hey, más allá de los premios, aunque éstos sean de mancos (com el germà/ que no se la pot pelar, senyora...):
"No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo (…) El tipo es desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror (…) Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje –algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin al infierno. Abur”.
Autorretrato, Juan Marsé
Luego les seguí a distancia hasta la entrada de Casa Leopoldo. Me volví hambriento al cuchitril.
He coincidido tres o cuatro veces más con Marsé y me pudo el tembleque y el silencio. Será porque con el paso de los años va adquiriendo un parecido más que razonable con James Cagney. Y porque a los diecisete años aprendí. A no ser, pese a aquella cueva de Jumilla del abuelo, un baboso aprendiz de Pijoaparte. Y porque modestamente pienso que es el mejor escritor (¡catalán!) en eso que llaman literatura española del segundo tajo de la última centuria. Hey, más allá de los premios, aunque éstos sean de mancos (com el germà/ que no se la pot pelar, senyora...):
"No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo (…) El tipo es desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror (…) Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje –algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin al infierno. Abur”.
Autorretrato, Juan Marsé