Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

20-N

20 de noviembre de 2008

En la televisión Manuel Alexandre imposibilita el recuerdo prestado de un matarife a las puertas del infierno. Soy un verborreico de barriga. Un Tristam Shandy. Ahora y entonces. De ese cálido hogar no quisiera ya moverme. En bata y pantuflas. Vine a la vida en fórceps y así sigo. El bueno de Alexandre no puede ser Franco. Ni tan siquiera se esfuerza en atiplar la voz, en buscar al final de la pupila el frío metal de un chusquero implacable. A Alexandre siempre se le dieron bien los secundarios sonrientes, torpes y un tanto despreocupados, y no este espantajo tragicómico de hilillos. Aquí es un Franco de cuéntame. El costumbrismo con almíbar, pana y patilla.

Nacimos después de todo aquello y aún hoy hay quien exhibe hoces y martillos con una impertinencia alarmante. Duele ver a barbilampiños brazo en alto y cara al sol. Revisionistas de la mugre chapoteando en el lodo de Paracuellos y la guerra empezó en el 34. Cuando la turba es una y la misma, me acuerdo de aquella frase de Marlon Brando en “La jauría Humana”: “Volved a casa y leed un libro”:

Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.

Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.

Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando niños y mujeres inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas
”.

MANUEL CHAVES NOGALES, “A Sangre y fuego”, prólogo de 1937.

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