Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Horas altas, diálogos bajos

4 de octubre de 2008

Coincide habitualmente con el desparrame de una copa o el ruido de vidrios rotos. Una carcajada. Como subir de improviso y ostentosamente el volumen del tocata. No tiene un horario preciso pero el momento de la noche es inevitable. Cuando llega, me da por pensar en ese título de un poema olvidado de Roger Wolfe, el Bukowski casolà: Horas altas, diálogos bajos. Parece entonces como si se agrietara el maquillaje bajo el resplandor de los focos, y los rostros adquieren una triste y cansada tonalidad cerúlea. No hay más que asomarse al espejo.

La vida social comporta un corolario de etiquetas y retórica codificada. Yo porque no aprendo nunca, pero por lo general el consenso es una manera amable de tener la fiesta en paz. Preguntamos, pues, por la familia, el trabajo y el tiempo libre, y nos concentramos muy mucho con el fin de conseguir un efecto de interés que no traicione la verdad de nuestros pensamientos mientras escuchamos los relatos ajenos: “¿apagué las luces al salir de casa? ¿Descongelé la tísica merluza de mañana?” Para los despistados y los ególatras recalcitrante, el alterne social supone un suplicio fatigoso, abrumador, de tener que rebuscar en el baúl mental el nombre, estado civil y profesión de un interlocutor que no siempre nos es familiar.

Hay personas admirables que nacieron adornadas con el don natural de gentes. Como los políticos, nunca fallan el nombre cuando interpelen. De hecho gustan de gastártelo. Y la cercanía del trato es confortabilísima. Saben disimular como nadie sus cavilaciones circunstanciales al escuchar retazos de vida ajena.

Sorpresivamente, entre la neblina compacta del tabaco y dringar de hielo, la conversación se vuelve del revés, como calcetín galimatías. No entendí bien o me están diciendo. Se confunden las voces, las conversaciones se cruzan, y la reincidencia en la inocuidad y la última copa, venga, no es otra cosa que la resistencia a dar por terminada la noche. El volumen es ensordecedor y asfixia el peso de las carcajadas. O será que soy un viejo gruñón prematuro.

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