El año que vivimos peligrosamente

“Soy un hombre duro con un trabajo demasiado sucio”. El humor negro recorría el paisaje de La Garrotxa. Feréstec de trabuicaires y bandolers. J., como buen misántropo, intentaba hacerme comprender su amor a las bestias. Pero a mí me gustan demasiado las gatas sin pelo y más chulas que un ocho. Y para perros con pulgas ya estoy yo. Nunca le he podido dar la razón. Aún así nos reímos mucho, y la tramontana de ese año marcó toda una vida. Teníamos una ventaja para la amistad. Sin saberlo los dos salíamos del mismo pedazo de ciudad, del mismo barrio. Calles paralelas. Nos separaban unos cuantos años, bando en la guerra y él las prefiere muy delgadas. Las falses magres, le advertía yo. Les falses magres mediterráneas, que se desnudan y en sus caderas nunca se pone el sol. Pero él ni caso, cara al astro mayor con la camisa nueva.

Repetíamos una y otra vez la frase de novela noir porque la coyuntura y el lugar lo permitían: “Soy un hombre duro con un trabajo demasiado sucio”. Incluso llegamos a montar una agencia de detectives. Era ideal. Teníamos secretaria oxigenada que ni puta idea de excel. Muchos casos turbios y peligrosos. Un coche descapotable con el que apatrullábamos la ciudad. Y un sinfín de problemas con el poder y la gloria. O sea que trabajábamos por libre y para la política.

Tuvimos, qué duda cabe, nuestros encontronazos con la muchedumbre, la incompetencia policial y los entresijos partidistas. Demasiado vividos y vivos, eso sí, para perder el tiempo con Maulets.

Casi me convertí en patriota por culpa del embutido de Olot y las gambas de Palamós.

No sé si vivimos peligrosamente. O sí que lo sé. A 200 km/h con autoridad opositora en el coche y flanqueados por sirenas histéricas. Suerte que J. no bebe. Porque nadie conduce peor que él.

“Soy un hombre duro con un trabajo demasiado sucio”. Hoy he pensado en mi amigo J.

Un momento. Y he vuelto a reír.

Luego he seguido tecleando.