Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Cherchez la femme II

8 de septiembre de 2008

De los cantos a la ciudad, tal vez sea la oda de Joan Maragall, La Oda nova a Barcelona, la que más certeramente establezca la identificación femenina de la que hablamos. Escrito a principios del siglo XX, el poema de Maragall cimienta los eslóganes posteriores, mil veces repetidos, en almibarada luz de neón: la gran encisera, dice el poeta. Esa perdida esplendente que deambula por los muelles en sombra. Tarareando alguna canción picantona, bamboleante y cínica.

“Tal com ets, tal te vull, ciutat mala;
és com un mal donat, de tu s'exhala,
que ets vana i coquina i traïdora i grollera,
que ens fa abaixar el rostre.
Barcelona!, i amb tos pecats, nostra! nostra!
Barcelona nostra! la gran encisera!"

Ciudad mala y mala mujer. Suena el bandoneón de arrabal que infestará toda una literatura portuaria, folletinesca, embriagada de vino rancio y gandula. Así pues, la virginal ciudad decimonónica, mística y maternal, pasa a convertirse en una meretriz que pertenece a todos y a ninguno. Es la ciudad que avergüenza de pecado. La que se abre en el bajo vientre portuario para recibir a marineros de melancolía insondable y a carcomidos polizones de pasado esquivo. Es la Barcelona anarquista de la Setmana Tràgica. La Barcelona que ya derribó sus murallas y se echó al monte en busca de más paseos en los que exhibirse. La Barcelona que, con el nuevo siglo, experimentó “la invasió dels bàrbars”, según Gaziel en Tots els camins duen a Roma, al poco tiempo de articular racionalmente el Ensanche. Toda una moral. Los bárbaros no eran otros que famélicos murcianos que picaban, huraños, tiznados y cejijuntos, el hierro del vientre de la ciudad: los raíles del Metro. Esos murcianos, envejecidos prematuramente, que años más tarde aún repetirían, como el sonido metálico del hierro contra hierro –más seco que su seco sarcasmo- la salmodia del beodo capataz: “murcianuuu, toca ferruuuu!”. Y probablemente fueran éstas las primeras palabras que aprendieran en catalán, un catalán que hicieron suyo a fuerza de golpes, junto al seco y áspero sarcasmo de esparto, y que tanto resquemor y complejos han evitado a sus generaciones futuras. Por la parte que me toca, gracias pues. Aunque la ciudad nunca les ha pertenecido por muy morenos y exóticos que le parecieran de paseo solitario al poeta de la pérgola y el tenis.

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