Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

El Gran Lebowski, el indiscreto (des)encanto de la pereza

1 de marzo de 2016




“Jehová, el dios barbado y huraño, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad”.

El derecho a la pereza, Paul Lafargue

Poco podía imaginarse Paul Lafargue, yerno de Marx, cuando escribió en las últimas décadas del siglo XIX El derecho a la pereza que al cabo de un siglo su vindicación socialista del ocio obrero produciría uno de los grandes personajes de culto del cine contemporáneo y encarnación gozosa de uno de los pecados capitales más consuetudinariamente dañinos pero menos citados a la hora de hacer el recuento de los vicios fundamentales. Hablamos, claro está, de Jeffrey Lebowski, El Nota (The Dude) para los conocidos, inefable protagonista de El gran Lebowski, febril monumento fílmico de los hermanos Coen. No puede decirse que el cultivo de la vagancia por parte de “El Nota” sea consecuencia de una conciencia férrea de clase. Más bien responde, paradójicamente, a una voluntad de querer pasar por la vida sin pegar sello alguno. Lo deja claro desde el inicio el narrador del film, un Sam Elliott que enfundado en el uniforme de cowboy relata parsimonioso las andanzas de “El Nota” entre tragos de zarzaparrilla: “seguramente era el hombre más vago de Los Ángeles, lo cual le convierte en favorito para el título de  hombre más vago del mundo”. La pereza en “El Nota” nada tiene que ver con una desidia de carácter depresivo sino que se presenta como una opción vital refrendada por unos dispersos principios hippies.

Sin embargo, la vida de “El Nota” está marcada por unas rutinas férreas que convierten el solaz en un deber ineludible. En el apartado de alcohol y drogas, el protagonista basa su dieta en la ingesta de rusos blancos (vodka con leche), la marihuana para la relajación después de una dura jornada de dolce far niente y algún viaje lisérgico en ocasiones especiales. Musicalmente, destaca su pasión por los Creendence y su aborrecimiento de los Eagles. En cuanto a sus obligaciones más respetadas las competiciones de bolos no tienen parangón. Todo un ritual religioso.

Conocemos poco de la vida laboral del protagonista de El gran Lebowski. Pero parece más bien escasa. En un principio, los hermanos Coen habían pensado en darle al personaje unas rentas que justificaran la vagancia perpetua. Al final optaron por presentarlo como un vividor sin ingresos conocidos, que paga un cartón de leche en el supermercado extendiendo un cheque de 0,69 dólares, lleva un coche destartalado y vive en un pequeño apartamento cuyo alquiler dudosamente llegue a pagar, a juzgar por las tímidas insistencias de un casero apocado y amante del ballet. En varios momentos del film a “El Nota” se le pregunta por su fuente de ingresos y responde con evasivas o explicaciones esquivas. Como única actividad remunerada alude a su participación años ha en una gira del grupo Metallica que zanja con un “eran una panda de gilipollas”. Podríamos decir que la vagancia absoluta de “El Nota” lo convierte en un outsider enemistado con la sociedad burguesa. De hecho, no son pocas las veces que es acusado de parásito, vago y desecho social por aquellos que representan el orden social establecido.

En todo caso, la grandeza de El gran Lebowski reside en su capacidad para empujar a este personaje a la acción sin tregua.  El pretexto, que funciona de desencadenante de una trama deshilachada y que homenajea, mediante la parodia cariñosa, los obscuros argumentos de las novelas clásicas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, es la meada de unos matones en su amada alfombra sin valor material ni sentimental, pero que le daba un mínimo de empaque al salón de su destartalado apartamento. A partir de ahí la sucesión de frenéticos episodios, coronados por unos diálogos de imparable esgrima verborreica, conforman una narración disgregada y mareante (no hay que olvidar que la cuenta un misterioso cowboy bebedor de zarzaparrilla). Descendiente de la estirpe caracterológica del Quijote, “El Nota” también tiene su escudero sanchopancesco en la figura de Walter Sobchak, irascible excombatiente de Vietnam y amante del estricto cumplimiento de las reglas y las leyes, siempre y cuando estas se amolden a su conveniencia.
 

Fanáticos de la pereza

Después de su estreno en 1998, El gran Lebowski se convirtió en un fenómeno que sobrepasó los estrictos márgenes cinematográficos: de hecho se considera la primera película de culto de la era de Internet, signifique eso lo que signifique. “El Nota” se convirtió en un icono alabado por miles de personas que vieron en su actitud vital menos un pecado que un ejemplo a seguir. Como no podía ser de otra manera, fue en su país de gestación –Estados Unidos- donde empezó a fraguarse el culto a “El Nota”.  Así nació en Louisville, Kentucky, el Lebowski Fest, un encuentro anual que reúne a los fans del tipo más vago de Los Ángeles y que consiste en la proyección del film (durante la cual los asistentes repiten de memoria las frases y diálogos más memorables) y una competición de bolos nocturna. No hace falta decir que en el festival –al igual que en otros encuentros reverenciales y mitómanos, como en los dedicados a Elvis o Hemingway- abundan los imitadores disfrazados con el atuendo típico de “El Nota” y otros personajes emblemáticos del film. Si uno tiene curiosidad puede pasearse por la web del festival y disfrutar de una galería fotográfica que entusiasmará a los más frikis.

Entre los invitados al evento no ha faltado Jeff Bridges, actor al que se debe una considerable parte del mérito de convertir a un vago redomado en uno de los tipos más simpáticos del cine de las últimas décadas. Los amantes del film, sin embargo, saben bien que el mérito último del éxito universal de “El Nota”, más que a los Coen o a Bridges, se debe a su inspiración real: Jeff Dowd. Aunque los Coen también han mencionado en alguna ocasión que un amigo suyo, Pete Exline, veterano de la Guerra de Vietnam que vivía en un apartamento desvencijado y que hablaba con orgullo de una alfombra que “combinaba con la habitación” sirvió de base a la creación del personaje, sin lugar a dudas el trasunto directo hay que buscarlo en la figura del productor Jeff Dowd. Los Coen lo habían conocido años atrás en los circuitos independientes. Down era algo así como un cazador de tendencias cinematográficas fuera de los márgenes del cine comercial. Como el personaje de “El Nota”, gustaba de beber rusos blancos, fumar maría y había pertenecido a los 7 de Seattle, un grupo universitario de corte antisistema. De hecho, Bridges se pasó una temporada frecuentando diariamente a Down con el fin de empaparse de su comportamiento, gestualidad, manera de moverse y hablar. La mímesis fue tal que hasta la ropa que lleva el actor en la película salió del armario de Down.

En la mezcla de desaliño y pasotismo con tintes hippies, de cierto budismo pasado por la bolera de “El Nota”, algunos exégetas han querido ver un nuevo elogio de la pereza por parte de los Coen y una crítica mordaz al sistema capitalista. Sea como fuere, es cierto que el personaje ha sido fuente de inspiración del dudeísmo (por el original “The Dude”), una religión que se fundamenta en las enseñanzas de un personaje –máximo aspirante al título de hombre más vago sobre la tierra- que decidió pasar por la vida sin pegar palo al agua. Una religión a la que no le importa pecar de pereza eterna. Como Jehová. Así que Dios perdone a “El Nota” y su indiscreto desencanto perezoso. 

(Artículo publicado en el nº 13 Especial Pecados de Jot Down)

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