Lo mejor que he visto en cine en los últimos tiempos ha sido por televisión. Ha sido cine concebido para la pantalla de plasma. Ya no recordaba que en pantalla pequeña se pudiera ver un buen encuadre sin cabezas cortadas. La serie Carlos de Olivier Assayas. Magnífica. Gran cine. Y oportunidad en días de un verano ciclotímico para recuperar el documental El abogado del terror, maravilla de Barbet Schroeder.
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Diría que es sorprendente que muchos de esos chicos entrenados en el método de guerrilla y de gatillazo precoz al inerme se derrumben histéricos cuando los detiene la policía. Pero no, no me parece nada sorprendente.
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Generation Kill, de David Simon y de Ed Burns ¡firmes! Los desastres de la invasión de Irak. Sigue a rajatabla el patrón narrativo del mejor cine bélico moderno. O sea del delirio errante de Despachos de guerra. Diálogos inmensos, retrato veraz y la certeza de que allí se estuvo (el periodista Evan Wright).
Después de la arenga babosa de un oficial sobre el honor, la patria, dios y todo eso, un soldado pregunta tal vez con retranca:
-Señor, ¿estamos solos en esta guerra o la ONU nos apoya?
La respuesta del oficial es grandiosa:
-Los franceses, como siempre, han decidido esperar para después rendirse.
Y la sinécdoque, cachondísima.