La ley de la prohibición del tabaco en locales públicos no ha traído más que bendiciones y un bronceado extemporáneo de paleta. Entre las gracias más admirables, aparte de la mejora higiénica de los locales, está el descubrimiento del mirlo, que ha pasado a formar parte de mi exiguo bestiario particular junto al lince ibérico, el coyote de Warner, el lobo de Tex Avery y el tigre de peluche Hobbes. Quedó atrás el tiempo de contar versos mirando musarañas. Desde la terraza, el vuelo enlutado y grácil con mota anaranjada acariciando hierba es el mejor madrigal.
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Pero si el mirlo me alegra los mediodías sabáticos y cántico, siempre acaban apareciendo los chuchos escandalosos arrastrando a sus dueños con la correa. La vie c’est ondoyant.
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Misiva de mañana: “Jordi, ahir vaig acabar The Wire.” Entre la nostalgia y la envidia.