Lo peor, sin lugar a dudas, que se le puede decir a un hombre es que ha sido un mal padre. Rosseau es un claro ejemplo de mezquindad paterna. Para escupirle a la cara. Y, pese a ello, paradojas del siglo veinte (avant-la-lettre), cambalache, problemático y febril, enseñó a poner la cara como nadie. Desde el extrarradio:
“La construcción del ideal solitario es tan compleja como la autoridad que Rosseau asigna al pensamiento. Más que un misántropo es un excéntrico, en el sentido literal del término. Necesita estar fuera del núcleo de los sucesos no para negarlos sino para dirigirse a ellos con la perspectiva de la periferia. Pensador de extrarradio, opera desde los bordes. Cuando la fuerza de sus palabras lo conduce de regreso al centro, no opta por el recurso favorito de Voltaire de golpear y esconder la mano: se muestra entero. En este sentido, ofrece el más alto ejemplo de coherencia intelectual de su época. Nadie cuestiona sus ideas tanto como él mismo, pero una vez publicadas acepta correr la suerte de lo que ha pensado”.
De eso se trata (Ensayos literarios), Juan Villoro