Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Vino con vichy

2 de septiembre de 2008

Parece ser que le habían robado la maleta inmediatamente después de pisar, cómo no, Barcelona, pero el atuendo formado por una holgada americana a cuadros, pantalón corto y deportivas no podía ser más adecuado para un hombre que veranea en Benidorm y encharca el crianza con agua de Vichy. Tampoco parecía muy entusiasmado con el minimalismo culinario del Santa. Apartando enérgicamente una exquisitez que se interponía en el despegue frenético de sus disquisiciones pasó revista -en diálogo plurilingüe con el periodista y anfitrión Arcadi Espada- a Mark Twain, Henry James, el realismo fantástico, las imposturas intelectuales, John Weightman… De ahí que el descenso a tierra firme, como suele ocurrir con los grandes escritores, fuera un derrape seco que chirrió en el asfalto: los derechos de autor. Casi una obsesión. El parné. La pela és la pela. Puro Balzac. Tal vez por ello, y afirmando de nuevo a Balzac por oposición, ya advirtiese en el segundo de los Diez Mandamientos de un escritor que “a menos que tenga la suerte de haber nacido rico, es mejor que se prepare para vivir sin demasiados bienes terrenales”

Stephen Vizinczey, pues, deja a un lado las cortesías y la afable sonrisa de impecable dentadura reconstruida cuando toca hablar de la cosa literaria. Y eso nos gusta. De ahí que su Verdad y mentiras en la literatura tenga un lugar privilegiado en nuestra caótica biblioteca. Mientras Vizinczey trituraba un figurón a carrillos llenos para acto seguido escupir los tendones con un inglés cortante y tortuoso, pensaba yo en algunos subrayados de los artículos de su Verdad… que merecen frontispicio: “Esta pedestre seriedad, en la que Stendhal fue el primero en reconocer la malignidad de la cultura moderna, domina la enseñanza hasta el día de hoy” o este otro, también de gran actualidad: “Fue Dostoyevski quien hizo el descubrimiento (incluso de la forma más sucinta en su breve obra maestra, Memorias del subsuelo) de que la más destructiva y peligrosa de todas las religiones era la fe reciente en el poder de la razón, la ciencia, la industria, la revolución y la perfectibilidad del hombre. Entre los grandes novelistas del siglo XIX, todos más o menos envenenados con falsas esperanzas, sólo Dostoyevski podría levantarse hoy y decirnos: “¡Ya os lo dije!””. Pero el que verdaderamente nos hizo yonquis se encuentra en un artículo de Harprer’s (junio 1986). A punta de parabellum: “Hay dos clases de literatura. Una te ayuda a comprender, la otra te ayuda a olvidar. La primera te ayuda a ser una persona libre y un ciudadano libre, la segunda ayuda a la gente a manipularte. Una es como la astronomía, la otra es como la astrología.
Lo malo de esta analogía es que la diferencia entre la astronomía y la astrología, entre la ciencia y el abracadabra, es clara como el cristal para la mayoría de la gente, mientras que la diferencia entre verdadera literatura y falsa literatura no lo es. La adulación, las mentiras piadosas, los fingimientos, las falsas ilusiones, los autoengaños, se toman constantemente por gran literatura, mientras las más veces la gran literatura es atacada, despreciada y suprimida. (…) Orwell dijo que la mayoría de las personas son incapaces de ver el mérito artístico de las novelas que contradicen sus opiniones, y tal es el principio de toda la estética”.

Como siempre, la vanguardia literaria, trasnochados moderniquis, se entesta en despreciar la novelística del diecinueve, y es conocida la sonrisita condescendiente cuando les hablan de Dickens, Stendhal o Galdós. Luego están los que solamente ven en los resortes narrativos de la gran novela decimonónica el truquillo para fabricar best-sellers a mansalva. Con Vizinczey aprendimos que se equivocan. Gracias a que él, mucho antes de Star Wars, lo aprendiera a su vez de Lukács.

Ahora el hombre está apurando hasta los huesos la chicha de Henry James mientras elogia sin tacañería (aunque el décimo mandamiento de marras rece: serás difícil de complacer) el nervio tenso de Mark Twain, y derriba de un manotazo las habladurías sobre la afición del periodista yanqui a frecuentar oscuros moradores de las riberas del Mississipí: “Tenía mucho éxito con las mujeres”.
-“¿Más que tú?”, bromea el anfitrión.
-“I don’t know...”, responde Vizinczey, flanqueado por dos bellas damas, antes de mostrar nuevamente la afable sonrisa de impecable dentadura reconstruida.

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