Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Para pagar los vicios

3 de junio de 2011

Agua para elefantes
Salto con red

La competencia entre los dos grandes espectáculos del mundo ha dado algunas obras maestras, que, paradójicamente, se han centrado en el descarnado decadentismo del espectáculo. Hablo, desde mi gusto, por Freaks y Lola Montes. Otras grandes aportaciones podríamos citar como El Circo de Chaplin, Los Clowns de Fellini o la más reciente Balada triste de trompeta de Álex de la Iglesia. Pero la luz se impone con el circo moderno y poco lugar queda para leones enjutos y narcotizados, payasos dipsómanos y suicidas de la cuerda floja. De alguna manera, el nuevo esplendente circo tiene mucho del cine convencional: pirotecnia aséptica. Y un buen ejemplo de esta nadería entretenida es Agua para elefantes.

A grandes trazos y sin entrar en detalles excesivos, Jacob (el crepuscular Robert Pattison) es un aspirante a veterinario en números rojos que conoce y se prenda de Marlena (Reese Witherspoon), una mujer de circo e ilusión ilusionadísima. El pistoletazo del argumento es prestidigitación conocida y salto con red sin posibilidad de descalabro. La apuesta sobre seguro confiere al film un prurito insustancial pero a su vez otorga a la propuesta una convincente voluntad de artesanía. A la solvencia técnica contribuye todo el elenco de profesionales que se agolpan tras las cámaras. Desde el guionista Richard LaGravenese –El rey pescador- hasta el director de fotografía Rodrigo Prieto –Babel y cia-. Pese a todo, subyace una historia con demasiadas ansias de agradar, y por ello el tópico se convierte en ley.

Con olfato a la vieja usanza, eso sí, el film parte de una situación desesperada –nos situamos como es recurrente en los últimos años en la época de la Gran Depresión- para llegar a un viva la vida capriano. Es evidente el paralelismo de época de crisis que se pretende fijar con la actualidad para así conseguir una mayor empatía espectadora. Así pues, lejos del mundanal ruido, el circo –en todo su exotismo zoológico- refleja el espacio de la ilusión y el escapismo de la más soez de las realidades. Y como no podía ser de otra manera, aquí el amor y sus turbulencias no tienen la más mínima mesura. A la clásica e ígnea manera de la época del tecnicolor, la pasión nunca puede encontrar el sosiego de la salita de estar y los pagos puntuales de la hipoteca. En plena crisis, el cuerpo pide sensaciones exaltadas, sublimes obsesiones y escrituras en ventolera. Claro está que éstas deben pertenecer a un mundo inasible que parece posible durante un par o tres de horas a lo sumo. Glorias del truco y del funambulismo emocional.

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Hermano
Fútbol es fútbol

A estas alturas del partido, incluso los más acérrimos aficionados a la cosa del fútbol deben de andar algo saturados con el bombardeo catódico de este final de liga. No era suficiente con el delirante y diario despliegue futbolístico en los papeles y audiovisuales sino que además estos días se exhibe en cines una película que ajusta cuentas con el balompié. La venezolana Hermano, ópera prima del cineasta Marcel Rasquin, se acoge al deporte rey –pese a que en Venezuela es superado por el bésibol- para construir una historia de dos hermanos que pretenden la gloria a través del deporte.

Claro está que los hermanos en cuestión –Daniel (Fernando Moreno), Julio (Eliú Armas) – viven en un medio hostil y juegan en campos de polvo. En el andamiaje del guión, pues, la originalidad no es precisamente la más visible de las virtudes literarias. De esta manera, pese a las buenas intenciones, a la encomiable dirección de actores y a la correcta y sobria realización, el film transpira cierto sentimentalismo sobón. Ciertamente, Hermano pretende un relato de la favela que evite el tremendismo y la truculencia. Hay un punto de neorrealismo amable en la atmósfera y una voluntad naturalista en la puesta en escena. Aun así la necesidad de fábula amable lastra en parte la narración.

El film, que ha supuesto un fenómeno comercial considerable en su país y que asimismo ha obtenido varios reconocimientos en certámenes internacionales, no se aparta del esquema socorrido de los sueños de la calle. En cine (su variante estadounidense) salir del lodazal del gueto ha sido a menudo sinónimo de deporte. Los gimnasios de boxeo o las canchas de básquet son escenario de la lucha por la supervivencia y representan fortines que sufren constantemente los envites del hampa. Con menos tradición a sus espaldas, el fútbol también ha servido para reflejar la escapada de los límites claustrofóbicos del medio. En muchos aspectos, Hermanos tiene más que ver con Rudo y cursi, Días de fútbol o El penalti más largo del mundo que con la nada hustoniana Evasión o Victoria o el western entre palos El portero, por contraponer un cine con voluntad “social” de una visión más abstracta e incluso metafísica –si nos ponemos estupendos- del deporte.

En cualquier caso, Rasquin parece haber cumplido su cometido con un proyecto que le ha traído de cabeza durante algo así como cinco años. Una película popular –cine y fútbol-, sufriente –la ley de la calle- y sentimental –la historia familiar de los dos hermanos-. Buenos réditos ha sacado con ello. Yo no sé el fútbol, pero sin lugar a dudas el cine está en otra parte.

Dirigido por, Junio 2011

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