Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Los libros que leo

24 de abril de 2010

A propósito del día de Sant Jordi, el periódico donde colaboro hace una ronda entre colaboradores para saber qué están leyendo. A mí me encanta mostrar mi mesita de noche, pero el encargado de las llamadas no llama, así que no me queda otra opción que aprovechar esta columna para desfogar mi pedantería inaudita y alejada de novedades que mañana serán pasto de la guillotina. Debo decir, en deshonra de la verdad, que llevo unas semanas leyendo muy poco. Esto es, me paso el día leyendo y escribiendo, y así no hay quien lea ni escriba. Pero, en fin, aprovecho los paréntesis del metro y el amanecer hurtado al sueño para recuperar el tiempo perdido.

Añoro aquellos tiempos en que un solo libro era capaz de sorberme los sesos. Esto es, añoro el desvelo de la novela. De la gran novela que incapacitaba para la poligamia lectora. Más allá del argumento y de una perfecta explicación de la vida por muy absurda (y lo es) que nos parezca, recuerdo la carnalidad, el lugar y la emoción precisa. Como una alineación que cantan en los campos de fútbol y humedece el lacrimal de la masa amorfa: Cervantes, Dostoievski, Tolstoi, Galdós, Stendhal, Maupassant, Flaubert y Dickens (de los papeles). Estaba también todo Marsé y Raymond Chandler. Algún Vargas Llosa y, sobre todo, Philip Roth, por una extraña identificación sanísima a fuer de malsana. Hubo muchos más en mi vida, pero el bote pronto siempre me lleva a los mismos. Reconozco que nunca he podido, por ejemplo, con Malcom Lowry, y todo modernillo de glucosa que me cuenta sus farras o su estulta cultura pop va directo a la hoguera de mi particular chimenea.

Fragmentaria y rota cotidianidad, si algún periodista se preocupara, respondería con la antología de moralistas franceses que consulto para aligerar el peso de los días, los diálogos de carcajada de Boswell con su impar maestro, algún estupendo San Pablo cuando aprieta el miedo, Montaigne los días rojos, y las noches coincidiendo y discrepando con/de Baroja y Pla.

Pero antes de que el aburrimiento cuelgue el teléfono, recomiendo (si mi recomendación a alguien le fuera recomendable), Los libros del Gran Dictador de Timothy W. Ryback (Destino, 2010), un libro que demuestra que la lectura, al igual que el viaje, no redime a los anormales ni a los dementes. En este caso, la biblioteca de Hitler es preclara prueba de que la cultura poco puede frente a una monstruosidad que (y disculpen la herejía) en algunos momentos, y gracias a la traducción de un escritor con una ironía monumental como es la de Marc Jiménez Buzzi, empuja a la carcajada. Por ejemplo, las descripciones de un cabo Hitler de cartero de trincheras. No tienen desperdicio.

Factual, 23/04/10

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