Katyn de Wadja. No aburriré con los cuatro folios: "Los oficiales polacos van saliendo de los camiones para enfrentarse a un montón de cadáveres justo antes de ser ejecutados de un tiro en la nuca. El gesto inicial de espanto deja paso a la aceptación resignada (a veces entre sollozos) de la putada. A través de los últimos rezos de cada fusilado se desgrana un Padre Nuestro que acaba con el rosario enroscado en la mano yerta de un cadáver. La excavadora soviética cubre de tierra el montón informe de cuerpos. Metáfora de una verdad enterrada por el terror y la propaganda que ha tenido que esperar la friolera de siete décadas para ser mostrada por primera vez en pantalla. Regocijémonos, pues." (Dirigido por, nº 393, octubre de 2009).
Wadja ha filmado uno de los finales más emocionantes que este yonqui de cine pueda recordar. A la altura de la secuencia última de Roma, città aperta: el párroco dirigiéndose a Dios antes del fusilamiento nazi: "Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen". El mismo Rossellini firmó otra grandeza previa al fuego final: El general de la Rovere. Y el twist de Saint-Tropez del El Verdugo; Viridiana -jugando al tute- de Buñuel. El rumor infinito de la mar de Los cuatrocientos golpes y La ley de la calle; la prisión granulada de La Dolce Vita y Centauros del desierto; la digna y brumosa derrota de Luces de ciudad, Casablanca y La vida privada de Sherlock Holmes; el clasicismo perenne de Million Dollar Baby y Gran Torino; la pasión que nunca muere y se ríe llorando de la vida de Robin y Marian y Madame D.; el amor consuetudinario que sabe de rutinas de Con faldas y a lo loco, El bazar de las sorpresas y Tienes un e-mail; Cuando la razón se queda en los puros huesos derruidos de La fiera de mi niña.
Y siempre contra los progres. Contra el Manu che y no a la guerra.
Pero desgraciadamente, y pese a mis amigos peperos, tan legales ellos, la justicia a veces va contra la ley. Un final de cine lo cuenta impresionante y a golpes.