Casi podría hablarse de un subgénero cinematográfico, de la misma consideración que el cine adolescente, la crisis de los treintañeros en la ciudad inhóspita o la fatídica y adiposa cuarentena: el cine de la vejez aborda los avatares de las edades del hombre desde la perspectiva del ocaso de una vida. En esta tesitura, encontramos viejos de locura maravillosa, como aquel abuelo de Amarcord felliniano que pedía un último deseo deseado desde las alturas de un árbol: “¡una mujer!”. Al fin y al cabo, Buñuel recordaba en sus memorias suspirantes que, pese a que a veces el cuerpo no acompañe, la imaginación no cesa en el empeño de fabular ígneas quimeras. La realidad y el deseo. Y esta Empties (Sueños de juventud), esta simpática y agradable película checa, hurga, desde el humor con briznas melancólicas, en los sueños eróticos en el umbral de la tercera edad. No es fácil recordar momentos memorables del cine en los que sea palpable y cercano el reflejo de una sensualidad senil. La referencia más excelsa se encuentra, sin lugar a dudas, en el viaje fantástico de Fresas Salvajes de Bergman. Aunque, bien es cierto, que otros periplos han indagado en los últimos años de vidas indómitas. Siento especial aprecio por dos films pergeñados por la lúcida desazón de dos viejos zorros. París-Tombuctú de Berlanga y Vuelvo a casa de Manoel de Oliveira. Ambas con un pletórico y genial Michel Piccoli de vuelta de la vida toda. Es de agradecer que el almíbar quede al margen del retrato de hombres que son capaces de observar la vida desde una inteligencia escéptica, que resiste al paso de los años y que combina el gusto inmediato y carnal por la vida y una desesperación que no esconde el miedo a la muerte. De este contraste sólo puede surgir una visión descarnada y tragicómica de la realidad. Pero en cualquier caso, se impone la supervivencia resignada.
El film Empties narra la historia de Josef Tkaloun (Zdenek Sverák), un profesor de literatura incapaz de mantener unos mínimos exigibles de paciencia y formalidad ante las tonterías de sus alumnos. En un primer momento, el profe jubileta parece resignarse a una vida de bricolaje y televisión bajo el techo del hogar conyugal. Sin embargo, pronto el cuerpo le pide calle y trasiego. Los episodios sucesivos tienen la gracia quijotesca de un tipo que choca frontalmente con la realidad circundante. De esta manera, decide probar suerte como mensajero-ciclista. Evidentemente, el capítulo acaba con pierna escayolada. Inasequible al desaliento, Josef Tkaloun vuelve a la carga y consigue un trabajo como mozo en un supermercado. Las ocurrencias de guión corren a cargo del propio actor Znenek Sverák, padre del director Jan Sverák y que ha escrito la mayoría de guiones de los films de éste. Tal vez esta factura familiar y artesanal ayude a la atmósfera entrañable y divertida del film. No busca más trascendencia la narración que constatar el inevitable apego al suelo que impone la cotidianidad. Unos usos y costumbres diarios que se alejan de los folletines televisivos que la mujer de Josef consume mientras plancha. Con estos elementos mínimos, el guión se regodea en momentos transitivos: en el café de la mañana, las conversaciones legañosas y el insomnio en pijama. Ciertamente, la autenticidad del film reside en el retrato de unas costumbres que sobrevuelan las piedras frías de Praga.
Paralelas a la historia del vivaz Tkaloun, corren las vicisitudes sentimentales de los demás personajes. La desazón emocional de la esposa, los problemas conyugales de la hija, así como el de una serie de personajes extravagantes. En cualquier caso, los personajes secundarios sirven para apuntalar la tesis principal del film, encarnada en la figura del profesor: la reconciliación final con los seres amados y el descubrimiento de que acomodarse a la realidad no supone renunciar a la parcela personal e intransferible de los sueños. En el caso concreto del personaje, los sueños eróticos, que tienen el resabio simbólico de una juventud perdida. Un vagón de tren lleno de mujeres disfrazadas de azafatas y enfermeras que se desprenden lentamente de sus uniformes para mostrar una lencería manierista de color rojo. Las fantasías eróticas, pues, no van más allá de ilusiones del espíritu infantil. En este punto volver a la referencia felliniana parece pertinente. Sin embargo, el pespunte dramático se produce cuando estas fantasías (prostáticas) quieren llevarse a la práctica, cuando el viejo profesor se propone cortejar de nuevo a un antiguo amor. No sólo por la deslealtad que advierte su esposa, sino por entrometerse en una historia sentimental ajena. Pero más allá de consideraciones morales, la situación incide en la desubicación del personaje, y la necesidad de afrontar su ingreso en la tercera edad. Aunque, eso sí, se niega a confraternizar con los demás jubilados, que pasean en redil por el parque.
El film cierra una trilogía sobre el ciclo de la vida que el director Jan Sverak inició con Escuela Primaria (infancia) y continuó con Koyla (sobre la vida adulta). Sverak se ha convertido en uno de los nombres más destacados de la nueva generación de realizadores checos. Un realizador dúctil, capaz de alternar proyectos ambiciosos y costosos con pequeñas películas de carácter intimista, cercanas y cálidas. De hecho es el responsable de una de las películas más caras del cine checo (El mundo azul oscuro) y una de las más baratas (El Viaje).
Empties mantiene el aire fresco de las dos primeras, la sencillez formal y directa. La cámara sosegada de Sverak documenta con elegancia (el realizador se formó en el género documental) una Praga de árboles desnudos y ventanas emborronadas por la lluvia. La ciudad se convierte así en el escenario idóneo de este cuento otoñal sin ínfulas.
Dirigido por, nº 389, Mayo 2009