La búsqueda de piso supone un ejercicio de imperioso realismo que no recomiendo a nadie. Sensación angustiante de que a uno le están tomando por gilipollas. Así un colmado con cédula de habitabilidad (¿) puede convertirse, con cuatro remiendos de Pepe Gotera i Otilio, en un apartamento ideal para solteros hoscos y asociales, cuando aquello no llega ni para grupo de Erasmus hasta las cejas de sangría ramblera. No es que la pobre vendemotos quisiera el regateo, sino que lo suplicaba a la baja. Fue antes de que me diera por la carcajada vitriólica. En plan James Coburn al final de “La Cruz de hierro”. Pero, en fin, la tarde empapada de ayer trajo extrañas coincidencias, y así conocí a una ciudadana de aparato. Resulta altamente agradable para la frágil autoestima ver cumplidas cada una de las intuiciones añejas. Decía Eugeni Xammar que “nunca se es profeta más que a medias”, pero el olfato escéptico sin militancia racionalista esta vez y por raro que parezca la clavó. No era predicción difícil, también es cierto. Respetando el off the record, confirmemos, eso sí, que el harakiri colectivo costará un buen puñado de millonejos.