Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Impagables traidores

26 de abril de 2009

El otro día dejaba un comentario MJB que aludía a la importancia de los traductores, de los buenos traductores, en la forja libresca del escritor. Ciertamente, la labor del traductor no goza del reconocimiento merecido. Para muchos lectores las traducciones han supuesto la posibilidad de “escuchar con los ojos” un sinfín de historias que de otra manera no habríamos disfrutado. De ahí que, en justa consideración, haya que recordar a los médiums de la lengua que nos han acercado a personajes fascinantes, narraciones inolvidables, historias insomnes y adictivas. Sin aquellas traducciones de Consuelo Berges uno poco sabría de las cuitas de Fabricio Del Dongo, de la aguerrida Sanseverina o del paciente Conde Mosca. Grandes rusos, ingleses o franceses fueron posibles en la literatura española merced al empeño mercenario de escritores como Cansinos Assens, que pagaban el alquiler traduciendo a peso (dicen las malas lenguas que siempre del francés) una tradición que dejó de ser ajena. Así los paletos con dificultad para los idiomas pudimos, por ejemplo, acompañar sin fatiga la ascensión de Rastignac:

“Ya solo Rastignac, dio unos pasos hacia lo alto del cementerio y vio París tortuosamente acostado a lo largo de las dos orillas del Sena, donde ya empezaban a brillar las luces. Fijáronse casi ansiosamente sus ojos entre la columna de la Plaza Vendome y la cúpula de los Invalidos, allí donde vivía aquel bello mundo en que había querido penetrar. Lanzó sobre aquella bordoneante colmena una mirada que parecía sorberle por adelantado su miel y pronunció estas grandiosas palabras:
-¡Ahora nos las veremos los dos!
Y, como primer acto de desafío que lanzaba a la sociedad, Rastignac fue a cenar con madame de Nuncieng”.

Por no hablar del Roth de Gil Bera, el Celine de Carlos Manzano, el Hemingway fiestero de Gabriel Ferrater, el Nietzsche de Marc Jiménez, etcétera, etcétera, etcétera. Otros han quedado oscurecidos en ediciones de bolsillo. Los yonquis de novela negra apreciamos que escritores malditos como David Goodis, Chester Himes, William Irish o Jim Thompson escriban de nuevo en castellano. Recuerdo las traducciones al catalán de lo más granado de la novela policiaca anglosajona en la colección “La cua de palla”, una iniciativa imprescindible de Javier Coma. Bien es cierto que se hacía extraño escuchar a los macarras, a las putas y a los duros e insolventes detectives utilizando expresiones como “ets un trinxeraire”. De ahí que una vez Joan de Sagarra dijera que los matones de la “Cua de Palla” parecían votantes de la Lliga.
Conoce bien MJB mi más profundo respeto admirativo por el trabajo del traductor. Corrobórenlo estas líneas de alguien que pergeña torpemente textos encomendándose a los maestros que dejaron de hablar raro gracias a impagables traidores.

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