Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

La carta babosa

28 de marzo de 2009

El otro día iba con tiempo y mala leche consuetudinaria, y cogí uno de los buses más lentos, sucios y periféricos. El 24. Las curvas y cuestas de la Salud, Llefià y el yermo adusto de Sistrells. El personal olía a rancio y hablaba con histeria tabernaria, greña y tacón tacataozú. Los mocosos que volvían del colegio eran los mismos de hace veinte años. Bajitos, marrulleros y feos. El yonqui aguantaba el vómito y me deshice del deshecho de "me prestas cinco euros, neng". Seguían en pie las colmenas de hormigón porciolescas de cuando el desarrollismo de la Badalona más infernal. Parada final del transmiserià. El orgullo secreto no es otro que ser charnego sin liza de clase. “Ya, ya, tu eres de Badalona, pero del centro”, me dicen. Joder, pues claro, no voy a ser de los colmenares mugrientos y con aluminosis. Tengo que reconocer a mis progenitores un muy mucho de voluntad y conciencia de familia. Nunca se propusieron ser unos ciutadans amargados. De Jumilla llegó a Barcelona con nueve años Pascual Bernal, analfabeto y medio tísico. Fue un buen paleta, lector de El Quijote y el Coyote, marido ejemplar, gran padre y culé divertido y escéptico. Hablaba catalán, entre otras cosas porque a los murcianos (a diferencia de los manieristas andaluces) nos pierde la provocación. Se casó con una mujer guapísima, catalanísima, cenetista sin un duro y 12 años más joven. Enviudó. Se suicidó.

Por parte de madre: el proletariado más pobre y tirado de pueblo y parla catalana. De los intelectuales firmantes, sólo me creí a Ivan Tubau, más allá de la amistad y la maestría de otros, que hablaban de una Cataluña donde sólo los castellanohablantes sabían de pasar hambre. Una Cataluña tan falsaria como la de los nacionalistas. No me interesa esa leyenda forjada allende la Diagonal.

Hoy en “El País” gastan páginas con las cartas de los nietos dirigidas a los abuelos fusilados. Respeto el duelo, aunque la iniciativa me parece de una cursilería indigesta. Teniendo en cuenta, sobre todo, que sólo son del bando bueno buenísimo. Guardo con orgullo la dedicatoria de “La batalla del Ebro” de Jorge Reverte a mi padre: “A Jordi Bernal, que conoce bien aquellos tiempos verdaderamente difíciles”. Mi abuelo Pascual sirvió en el frente del Ebro como oficial de fortificaciones. Tenía mi edad cuando aquello, así que, seguramente, lo pasó fatal, pues el heroísmo y los ideales le importaban una mierda. Estuvo preso durante un año en la plaza de toros de Orihuela. Firmó un papel, previas hostias, renunciando a la República y declarándose un traidor a la patria. Trabajó primero para Falange y después para los nacionalistas españoles (y hoy de CIU) del Régimen. Les arreglaba los excusados. Cuando murió Franco censuró a sus nietos (mis primos mayores) el jolgorio de cava. “Era un fill de puta, però amb ell la meva família mai ha passat gana”, parece ser que dijo. Ya digo, un murciano. De mi abuelo Pascual me han contado maravillas incluso los más catalanistas. Estuvo casi tres años pagando la mili de un señorito en el Sahara. Allí un maestro de escuela le enseñó a leer. Durante la posguerra divertía a los niños huérfanos de padre (encarcelados o fusilados) del barrio imitando a los moros con una toalla por turbante. Nunca hizo daño a nadie. Le tocó una guerra en la que no creía. Odiaba tanto a los militares como a los comunistas y a los de ERC. Creo que fue una persona de bien, un hombre en el sentido absoluto de la palabra, liberal, respetuoso y que las pasó muy putas. Nunca superó la muerte de su mujer.

Esta es mi carta babosa a mi abuelete el republicano.

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