Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Esperar sale muy caro

29 de enero de 2009

Hacía mucho que no pasaba por la calle Joaquim Costa y todo seguía igual que entonces, salvo por nuevos e improvisados aspirantes a futbolista en sus aceras. La última generación de cabileños. Estaba de espera distraída, así que entré en el bar “Almirall”. Como cuando estudiante: luz tenue, mármol tiznado y una concurrencia de jóvenes premeditadamente inconformistas por informales y pañuelo palestino. Pedí una cerveza y cogí una revista del montón. Como suele suceder en esta clase de establecimientos, se trataba de una publicación rabiosamente reivindicativa. Ya saben, de esas que llaman “fascistas” a las fuerzas del orden. Benditas fuerzas del orden, que no abundan precisamente por estos lares. Por deformación profesional busqué, entre tanto grito airado y tardomaoísta, la financiación de la cosa. Y allí estaba la publi que paga el papel. O sea el inevitable engranaje del sistema. Desde joyerías de la zona hasta el propio “Almirall”. Tal vez por esta razón me sulfuró el tajo de 2’75 euros por la cerveza.

Esquivé el seco tamborileo de los skaters del Macba y giré por Doctor Dou hasta alcanzar Pintor Fortuny. Recibí un Sms certificando el retraso del avión. Así que di media vuelta y me metí en el “Raval”, uno de los pocos locales limpios, amplios y bien iluminados de la zona donde aún permiten fumar. Tres euracos por la cerveza. Pagué rezongando y maté el tiempo pateando las hediondas callejas adyacentes. No pude resistirme a entrar en un pub oscuro y pringoso en el que sonaba Sinatra. Me sirvieron una meada de burro embotellada por tres euros más. Al segundo trago dediqué mis pensamientos a la madre de Sinatra y me fui.

Finalmente, llegué a la cafetería del hotel 1898, situado en el antiguo edificio de Tabacos de Filipinas. Sí, sí, en el mismo sitio donde Jaime Gil de Biedma sesteaba sus farras y escribía versos. Para no abusar, me pasé al Vichy. Y mientras seguía esperando, caí en la cuenta de la cuenta de gastos de las dos últimas horas: casi nueve euros por tres cervezas. El inmaculado uniforme del camarero, y su no menos inmaculada sonrisa, así como los severos sillones y el minimalismo gélido me hicieron temer lo peor. Un sablazo en toda regla. De guante blanco. Casi lloro al sacar los cinco euros de la cartera.

Y es que, como siempre, al Chino de antaño sólo lo aguantan los finos de safari. Y nunca serán suficientemente reconocidos los esfuerzos y trabajos de amor de un catalán.

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