Postales madrileñísimas I

El vecino español deglute la prensa a bofetadas. No pasa hojas, sino que las golpea con estruendo y furia ágrafa. Metáfora sería de un tiempo y un país si no fuera porque al borde de la edad de Cristo me he vuelto dos veces borde, abjurador de metáforas y azote de líricos onanistas. Sirvan los blogs para matar al maldito yo-yo. ¡Je m’acuse!
Y pese a renegar del regeneracionismo, cuando el seco hojaldre vibra entre las manoplas impidiéndome el plácido sopor, recuerdo que el vecino español utiliza la cabeza para embestir. Entiéndase, pues, que los titulares de la prensa nacional chillen a tumba abierta y cuatro columnas. Necesitan ser saqueados por las ronchas de sobacos satisfechos, corbata salmón fúnebre y camisa azul tísico. La raza y olé. Churros de aceite chamuscado hasta la saciedad hedionda.
Asimismo, la voz nasal de la Mariona Rebull de Iberia ordena omnisciente una retahíla de obviedades en un catalán del pleistoceno fabriano que desconoce la nítida e higiénica poda de Pericay-Toutain. “Prohibit emprar el mòbil”, ¡ozú!. Pienso, mientras tanto, que la piel suave ya es una quimera desde que las azafatas gastan pantalón. Al lado ronca un orondo comercial despreciando el peligro del despegue. A mí me emociona el momento de asaltar los cielos. Mariposas en el estómago, escriben los tópicos sonsos. Y el aterrizaje también, si es suave en la pista como el acoplamiento que acaricia y quema, cual entrañas del infierno (¡Oh!).
Me habría hecho ilusión que en algún aeropuerto alguna vez, uno de esos rostros felices esperara mi llegada o que aquel conductor de limusinas ondeara la cartulina con mi nombre. Pero no. Salgo al frío herrumbroso de la T-4. Me abrigo en el abrigo y enciendo un cigarrillo. Maldigo la impuntualidad de los vecinos españoles. Y sin embargo, me digo feliz, que lo bueno se hace esperar. Y nunca un montón de hierros ondulantes me parecieron, en mitad de la intemperie y la noche, tan bellos.