Mi amada Condesa del Toloño me advirtió del kitsch de la Catedral del Pilar. Pero esa basílica entre brumas y fríos domingueros me reconcilió con el factor humano. El párroco bostezaba en su cubículo de las lamentaciones. No pude menos que imaginar a los penitentes rezando por un pleno al quince. Diría que la tercera cultura es incapaz de alcanzar mis extrarradiografías. Y las de Stendhal ni les cuento.