Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

El jardinero español I

20 de septiembre de 2008

Paul Johnson en su espléndidamente dogmático El arte de escribir columnas aconseja no despachar con los taxistas la información política del día, y sí en cambio hacerlo con el jardinero. Cita Johnson las célebres y cotidianas conversaciones de Amis padre con su jardinero como paradigma de la sabiduría que encierra el noble arte de la poda calculada. Muy bien, pero yo no soy un carca retroliberal ni esto es Inglaterra. Quiero decir con el exabrupto que en una ciudad (y sirva ocasionalmente de sinécdoque del planeta España) donde la horticultura está en manos del servicio de Parques y Jardines la dificultad para encontrar a un jardinero que cite a Horacio es sumamente intrincada. No conozco, por otra parte, a los taxistas ingleses más que por tres o cuatro trayectos cortos por la City. Así que desoyendo el instinto latente de la costumbre española me abstendré de opinar sobre lo que desconozco.

En cualquier caso, me da a mí en la nariz que un país con jardineros tan ilustrados puede permitirse el lujo de tener taxistas ignaros y gritones. Además, Inglaterra es una noble a la par que bárbara nación con una conciencia histórica encomiable. Esto supone que sus habitantes tengan muy en cuenta la tradición a la hora de desempeñar sus respectivos papeles en la vida. Y el taxista inglés no deja de ser una prolongación en el tiempo del diligente y beodo azotador de caballos decimonónico.

En cambio aquí, en esta ciudad, este país y rincón de mundo, el aprecio por la historia y sus sabias enseñanzas brilla por la ausencia. Todos vamos tirando y dia que passa any que empeny. Con lo cual la improvisación, el cambalache y el intercambio de papeles son abrumadores. El desorden es brutal. El taxista, pues, como cualquier otro representante de gremios, queda a merced de su instinto, que le aconseja desempeñar fielmente sus tareas de taxista, pero a la vez también ejercer de jardinero en una ciudad (sinécdoque de país again) donde el domeño de la horticultura queda en manos de los servicios de Parques y Jardines. Así que podríamos decir que nuestro jardinero particular es un hombre bárbaramente cabreado que ha leído a Horacio. Vamos, un poco como los intelectuales del país en el transcurso de los tiempos, aunque éstos no siempre hayan leído a Horacio.

Francisco Umbral fue uno de los pocos escritores españoles que salió en defensa de los taxistas. Umbral, antes de la edad de bronce, gastó mucha suela de zapato ejerciendo el periodismo y de aquello le quedó el aprecio por los momentos salvados merced a una conducción rápida, segura y confortable. Además, leyendo las páginas que dedicó al gremio de los taxistas se palpa enseguida que no habla de oídas, una manera de hablar muy nuestra que Umbral hizo suya a menudo sin reparos ni pudores.

Cuando uno hacía radio noctámbula agradecía la opinión de los taxistas sobre los programas (la mayoría infames) que sonaban por las ondas. Eran comentarios muy sensatos y apreciables. De ahí que piense que quien pinta a los taxistas, con sorna zarzuelera, como furibundos deglutidotes de la Cope se equivoca completamente. De haberlos haylos, of course, pero la excepción no hace más que corroborar la inutilidad de los tópicos. El humor oficial catalán, por ejemplo, se empeña en otro tópico local: el taxista de radioteletaxi, una manera de reírse (con sonrisa oriental y/o cone-ji-ji-jil) del charnego, en su versión motorizada.

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