Extrarradiografías

      
Sólo conozco el mundo cuando escribo.       
Joseph Roth       

Cherchez la femme III

10 de septiembre de 2008

Con la Exposición de 1929, la ciudad alcanza por fin su codiciada posición de dama apoltronada. La “Ben plantada” d’Eugeni d’Ors supone la entrada de Barcelona en los salones burgueses de lámparas de araña y espejos infinitos. El baile de la ben plantada, la cautelosa y un tanto bleda dama de sombrilla y enaguas inmovilizada en la entrada de la Ciutadella, duró una década de relumbrón pactista, pacifista y no alineado. Los años veinte, antes de la proclamación de la II República, marcan la fermentación de un catalanismo que se mueve, sempiternamente esquizofrénico, entre la vindicación regionalista y un federalismo obrero y arrauxat que linda con el independentismo. Son los años de bullicio del Passeig de Gràcia. De las damas del Passeig, que tantos versos inspiraron a Josep Carner (príncep del poetes catalans, según castizo título). Pero es en una de sus prosas afiladas donde Carner se ablanda melifluo hasta la genuflexión extenuada y cortés: “Barcelona té qui sap el posat, com una amada amorosa”.

Frente a la dama amorosa, la ben plantada noucentista, se afianza otra mujer de armas tomar: la rosa de foc, la rosa de fuego. La ciudad de las bombas anarquistas y la quema de conventos. Dos barcelonas, pues (la dualidad femenina, una escisión bipolar irreconciliable, haz y envés dependientes), que pisan el mismo núcleo urbano y conforman una idiosincrasia.

De esta manera, las manolas de Nonell y las burguesas de Ramon Casas forman parte de un mismo lienzo y un mismo escenario. Una realidad arrebujada. Barahúnda policroma.

Son aquellos años de chispa eléctrica que describe Carles Soldevila en sus memorias; las veladas burbujeantes y charoladas de charleston y fijapelo de Josep Maria Planes; los cielos aterciopelados de las noches barcelonesas de Sebastià Gasch; la vida pública e impúdicamente privada de los aristócratas empeñados de Sagarra. El triunfo internacional encarnado en los muslos de Raquel Meller, cupletista, cantante, actriz, nacida maña y Francisca, y que encandiló a Chaplin, Chevalier, Neville y tutti quanti con su disfraz de violetera. Llévelo usted señorito, que no vale ni un real, cómpreme usted este ramito, cómpreme este ramito, pa’lucirlo en el ojal…

Una época dorada de lentejuelas de Paralelo en la que Barcelona pretende codearse con las ciudades hembra por antonomasia: Nueva York y París. Mujeres de ambigüedad andrógina como la Garbo, asomo de anorexia y desmayo, languidez cortante, I want to be alone. Pero ya dejó escrito Jules Romains que Nueva York era una Barcelona multiplicada por diez. Así que la muñeca se nos quedó chiquitina.

Y hace pocos meses unos vándalos –no sé a causa de qué oscuras perversiones- sustrajeron, del homenaje de bronce con pedestal rubricado por Josep Viladomat, la cabeza y los brazos de la Meller, en un rincón oscuro del Paralelo. Justamente frente al Teatre Arnau. Allí donde la cupletista, nacida maña y Francisca, deleitó por vez primera al público de cigarro y frac una noche de 1911. Más de veinte años después de aquello, otros vándalos más fieron arrancaron de cuajo las sonrisas de la ben plantada.

This blog is wearing Sederhana, a free XML Blogger Template adopted from Oh My Grid - WP theme by Thomas Arie
Converted to Blogger by Gre [Template-Godown]